Planeta salvaje. Dirección: René Laloux. Voces:
Jennifer Drake, Sylvie Lenoir, Jean Topart y Jean Valmont, entre otros.
Guion: Roland Topor y René Laloux, basado en la novela Oms en série (1957)
de Stefan Wul (pseudónimo de Pierre Pairault). Diseños originales: Roland
Topor. Dibujo de personajes: Josef Kábrt. Dibujo de fondos: Josef Josef Váňá. Música:
Alain Goraguer. Les Films Armorial / Service de la Recherche O.R.T.F. / Ceskoslovensky
Filmexport. Francia / Checoslovaquia, 1973. Estreno en la Argentina (versión
remasterizada): 22 de julio de 2021.
Recuerdo haber visto esta película hace más
de treinta y cinco años, no sé si en el viejo cine Cosmos, en alguna de los ciclos
del San Martín o en un mítico cineclub dónde sólo se exhibían muestras del
séptimo arte comprometido con la lucha de los pueblos. La copia no era la
mejor, era la que se había conseguido y preservado. Pero aun con las
deficiencias de audio e imagen, el impacto que me causó fue extraordinario. Una
ciencia-ficción hermética que, sin embargo, a pesar de su complejidad, no
expulsaba a ningún espectador. Al contrario, lo invitaba a descubrir un mundo
nuevo y, después de subyugarlo con el despliegue de su universo simbólico, le
sacudía la conciencia con una bajada de línea humanista (en su concepto) y
brutalmente directa (en su exposición).
Ayer volví a ver Planeta salvaje (La Planète
sauvage / Divoká planeta), en su copia restaurada en 2016. Por cuestiones tan
obvias como tecnológicas, la experiencia visual fue todo un descubrimiento, por
la calidad y definición con que se expande el surrealismo plástico de Roland
Topor, en constante diálogo con Dalí, de Chirico y el movimiento Pánico que el
propio Topor fundó con, entre otros, Alexando Jodorowsky. Fiel a su naturaleza
ecléctica, el trabajo de Topor en Planeta… se manifiesta en la conjugación de
dos lenguajes gráficos específicos: El humor satírico y el terror existencial.
El abordaje simultáneo de cuestiones biológicas y filosóficas, pero desde la
tensión conceptual que posibilita el imperio monstruoso del azar. La locura
controlada. La ambigüedad como materia prima. La confusión como punto de
partida y nunca como meta. Sólo por esto, el reestreno de este clásico
incombustible de la animación europea es más que bienvenido.
Pero Planeta… tiene (mucho) más para ofrecer
que un recorrido museístico por la pintura de un artista genial. A casi
cincuenta años de su estreno original, la película de René Laloux mantiene
intacta la pertinencia de sus mensajes alegóricos. Los personajes y sus
acciones son, por ello, significado y significante. Pero la perspectiva viene puesta
por los ojos que miran la historia. En un planeta, hay una raza que se ha
erigido en dueña absoluta (y autolegitimada) de esos territorios. Y hay otra
raza, vista como inferior por quienes detentan el poder hegemónico, con dos
destinos predeterminados: El de mascota, si ha sido previamente domesticado; o
el de alimaña salvaje y destructora, que debe ser exterminada. La primera de
las razas disfruta de sus paraísos privados, es fanática de la meditación y
practica algo que hoy llamaríamos sexo tántrico. La segunda sobrevive como
puede, menospreciada, maltratada y abusada, en el caso de los domesticados.
Oculta, perseguida y eliminada sin compasión, si se mantiene en estado salvaje.
La primera de las razas es la alienígena, de enorme estatura, piel azul y
saltones ojos rojos. La segunda de las razas es la humana.
Con esta potente metáfora de nuestra relación
con las otredades y los entornos que nos rodean, Laloux discute las ideas
instaladas de desarrollo y progreso, ciencia y superstición, civilización y
barbarie. Pero, sobre todo, pone en tela de juicio la condición humana. Y lo
hace con una particularidad que, para mí, marca la diferencia. La
relativización de las conductas convencionales de ambas razas, tan reconocibles
y al mismo tiempo tan ajenas, termina conformando una deontología distinta a la
que determina nuestra escala de valores. Aquí no parece haber buenos ni malos,
sino ignorantes incapaces de entender la real naturaleza de sus actos. Un
choque de culturas que se resume dialécticamente entre la explotación y la
revolución. ¿Quedará lugar para una tercera vía? Es posible, parece argumentar
el film, siempre y cuando las partes en conflicto entiendan que el único
empoderamiento efectivo viene de la mano de la educación. Y que la verdadera
liberación se alcanza tras un proceso de enseñanza y aprendizaje.
Y si todo esto no alcanza, siempre nos queda
la banda sonora de Alain Goraguer, pianista de jazz que supo colaborar con
Boris Vian y Serge Gainsbourg, entre otros revulsivos baluartes de la chanson
francesa. Hija dilecta de su época, la suite fantástica de Goraguer amalgama la
hipnótica psicodelia de Pink Floyd con el funk más setentoso, los principios de
la música electrónica y una búsqueda barroca de los cánones de la era espacial.
Un regocijo para todos los sentidos. Y un desafío para el intelecto.
Fernando Ariel García
Y donde SE puede ver? Nunca la encontre completa
ResponderEliminarPor ahora, en la ciudad de Buenos Aires, en las salas de Cinépolis Recoleta, Showcase Belgrano y Cinemark Palermo. En Santa Fe, en el Cine América.
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