jueves, 13 de diciembre de 2018

AQUAMAN: SACARLE AGUA A LAS PIEDRAS

Aquaman. Director: James Wan. Protagonistas: Jason Momoa (Arthur Curry / Aquaman), Amber Heard (Mera), Willem Dafoe (Vulko), Patrick Wilson (Rey Orm / Amo del Océano), Nicole Kidman (Atlanna), Dolph Lundgren (Rey Nereus), Yahya Abdul-Mateen II (David Kane / Black Manta), Temuera Morrison (Tom Curry), Randall Park (Dr. Stephen Shin), Ludi Lin (Murk), Graham McTavish (Rey Atlan). Participación especial de Julie Andrews (voz del Karathen). Guión: David Leslie, Johnson-McGoldrick y Will Beall, sobre una historia de Geoff Johns, James Wan y Will Beall. Basado en personajes creados por Mort Weisinger y Paul Norris; y situaciones desarrolladas en las revistas de DC Comics, especialmente en la labor de Geoff Johns al frente de Aquaman. DC Entertainment / Panoramic Pictures / Warner Bros. EE.UU., 2018. Estreno en la Argentina: 13 de diciembre de 2018. 



Un pulpo haciendo un solo de batería. Esta intrascendente y pequeñísima escena de un largometraje demasiado extenso, es la que (me parece) mejor define a Aquaman. Una genialidad y una porquería. Ambas cosas, al mismo tiempo. Quizá porque la película entienda que del mestizaje identitario del metahumano protagonista (hijo de terrestre y atlanteana) debe surgir el puente que una al hombre con el pez, a la superficie con el fondo del mar, al relato superheroico con la genealogía lovecraftiana de la épica fantástico-medieval; y al fallido universo cinematográfico de DC con el exitoso universo cinematográfico de Marvel. 


Porque si algo ha logrado James Wan es maquillar con brillos marvelitas la opción por la concepción trágica que Zack Snyder ha impuesto en el adn de los films de DC. Aquaman es un espectáculo visual fastuoso, colorido, ligero, que saca provecho de las posibilidades que presenta una civilización submarina y retrofuturista, dispuesta a atracar en los re-visitados puertos de Star Wars, James Bond, Thor o Game of Thrones (paremos de enumerar) para hilvanar una serie de escenas coreografiadas a la perfección, que no dan respiro y excitan permanentemente la pupila del espectador. Aventura, romance, comedia, tragedia, apuntes políticos y ecológicos, todo en su justa medida y armoniosamente. 


El pecado más grande de Aquaman, se me hace, pasa por confundir una idea con un guión. La idea está buena: aprovechar el nombre humano del superhéroe (Arthur) para reelaborar el clásico mito artúrico que acabe coronando un rey digno y sensible, con su propia Excalibur tridentina. El guión, lamentablemente, no existe. Sólo queda una sucesión de peleas unidas con momentos muertos que justifiquen el inicio del próximo round. Rápido y furioso, siempre al palo, sin espacio para sutilezas ni tiempo para intentar saborear el plato servido. Palo y a la bolsa. 


Sobrepasado por la cantidad de cosas que le cargaron encima, Aquaman es un Titanic fílmico que chocó con el iceberg en el momento de arrancar. De ahí su apuro por quemar las etapas antes de irse a pique. Que se haya mantenido a flote durante tanto tiempo, es mérito indiscutido de Wan y Momoa, que supieron sacarle agua a las piedras. No es necesario quedarse hasta el final, se pueden ir después de la escena intercréditos. 
Fernando Ariel García

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