Godzilla 2: El Rey de los monstruos. Director: Michael
Dougherty. Protagonistas: Kyle Chandler, Vera Farmiga, Millie Bobby Brown, Ken
Watanabe, Bradley Whitford, Sally Hawkins, Charles Dance, Thomas Middleditch, Aisha
Hinds, O'Shea Jackson Jr. y Zhang Ziyi, entre otros. Guionistas: Michael
Dougherty, Zach Shields y Max Borenstein, basado en personajes y situaciones
creados por Ishirô Honda (entre otros) para las películas Godzilla (1954), Rodan
(1956), Mothra (1961) y Godzilla contra Ghidorah, el dragón de tres cabezas
(1964). Warner Bros. / Legendary Pictures. EE.UU., 2019. Estreno en la
Argentina: 30 de mayo de 2019.
Podríamos decir que estamos frente a un estratégico
cambio de guardia en el rincón que Godzilla ocupa dentro del Universo de
Monstruos de Legendary Pictures. Pareciera que la empresa decidió cambiar el
racionalismo científico de los principales personajes humanos para resaltar el involucramiento
emocional de los recién llegados, apostando a que esta movida realce el costado
aventurero de la trama y genere algo de empatía con el público. Así que vamos a
decirle adiós a Ken Watanabe y Sally Hawkins (a quienes conocimos en la
Godzilla de 2014) para recibir con los brazos abiertos a la superestrella de
Netflix, Millie Bobby Brown, después de su exitazo en Stranger Things y antes
de su desembarco como Enola Holmes.
Todo bien con este gesto, pero la verdad es que
el movimiento no implica cambios; y Godzilla 2: El Rey de los monstruos
(Godzilla: King of the Monsters) no corrige ninguno de los errores que había
cometido el primer eslabón de la saga, sino que los profundiza. Y como si esto
fuera poco, le suma la desmesura caricaturesca y grosera de Kong: La Isla Calavera. ¿El resultado? Esplendor visual garantizado, apoyado en un guion
bastante inexistente y ridículo, contado con una narrativa descuajeringada.
El film promueve la sobreabundancia. Todo es
enorme y hueco, alimento para el ojo y engañapichangas para el raciocinio. Una
sobrecarga de adrenalina, fuego y destrucción que no emociona ni conmueve. Y,
por algunos tramos, ni siquiera interesa. Entre las varias subtramas que corren
en paralelo, las más importantes son dos. Una, la causa medioambiental devenida
accionar terrorista de un grupo ultramilitarizado, que necesita del despertar
de todos los Titanes para poner orden sobre la Tierra. Un orden que, claro,
necesita pasar por la destrucción global previa. Y dos, una serie de asuntos
personales que los monstruos gigantes deberán resolver entre ellos, a puñetazo
limpio.
En este último punto es donde descansa el mayor
atractivo de la película. Al menos, para los veteranos como yo que crecimos
viendo los Sábados de Súper Acción. La aparición de otros tres tanques de la
escuadra Toho, mítico estudio cinematográfico japonés responsable de la
existencia del género kaiju, que es como se suele denominar al cine oriental de
monstruos gigantes pisoteando ciudades. Estoy hablando, en particular, del
pteranodonte Rodan, la polilla Mothra y el más malo entre los malos, el dragón
tricéfalo Ghidorah.
Lo ideal sería adelantar las partes en que los
humanos interfieren el metraje, para detenerse en las peleas entre los Titanes,
que es como volver a ver los encontronazos entre Martín Karadagián y la Momia,
el Caballero Rojo y el commendatore Benito Durante, o el Ancho Peucelle y el
gitano Ivanoff. Sabemos que es todo mentira, pero nos gusta que sea así. No hay
ningún Di Sarli que le ponga emoción, es cierto; y le haría mucha falta la
pimienta de un William Boo, pero los yanquis piensan que el catch es la puesta
en escena de la WWE: Mucho ruido y volumen al palo. Hay una escena
post-créditos y un fugaz cameo de Kong, anticipando la pelea de fondo que se
viene.
Fernando Ariel García
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