domingo, 25 de abril de 2021

GODZILLA 2: MÁS GRANDE, MÁS ZONZO

Godzilla 2: El Rey de los monstruos. Director: Michael Dougherty. Protagonistas: Kyle Chandler, Vera Farmiga, Millie Bobby Brown, Ken Watanabe, Bradley Whitford, Sally Hawkins, Charles Dance, Thomas Middleditch, Aisha Hinds, O'Shea Jackson Jr. y Zhang Ziyi, entre otros. Guionistas: Michael Dougherty, Zach Shields y Max Borenstein, basado en personajes y situaciones creados por Ishirô Honda (entre otros) para las películas Godzilla (1954), Rodan (1956), Mothra (1961) y Godzilla contra Ghidorah, el dragón de tres cabezas (1964). Warner Bros. / Legendary Pictures. EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 30 de mayo de 2019.


Podríamos decir que estamos frente a un estratégico cambio de guardia en el rincón que Godzilla ocupa dentro del Universo de Monstruos de Legendary Pictures. Pareciera que la empresa decidió cambiar el racionalismo científico de los principales personajes humanos para resaltar el involucramiento emocional de los recién llegados, apostando a que esta movida realce el costado aventurero de la trama y genere algo de empatía con el público. Así que vamos a decirle adiós a Ken Watanabe y Sally Hawkins (a quienes conocimos en la Godzilla de 2014) para recibir con los brazos abiertos a la superestrella de Netflix, Millie Bobby Brown, después de su exitazo en Stranger Things y antes de su desembarco como Enola Holmes.


Todo bien con este gesto, pero la verdad es que el movimiento no implica cambios; y Godzilla 2: El Rey de los monstruos (Godzilla: King of the Monsters) no corrige ninguno de los errores que había cometido el primer eslabón de la saga, sino que los profundiza. Y como si esto fuera poco, le suma la desmesura caricaturesca y grosera de Kong: La Isla Calavera. ¿El resultado? Esplendor visual garantizado, apoyado en un guion bastante inexistente y ridículo, contado con una narrativa descuajeringada.


El film promueve la sobreabundancia. Todo es enorme y hueco, alimento para el ojo y engañapichangas para el raciocinio. Una sobrecarga de adrenalina, fuego y destrucción que no emociona ni conmueve. Y, por algunos tramos, ni siquiera interesa. Entre las varias subtramas que corren en paralelo, las más importantes son dos. Una, la causa medioambiental devenida accionar terrorista de un grupo ultramilitarizado, que necesita del despertar de todos los Titanes para poner orden sobre la Tierra. Un orden que, claro, necesita pasar por la destrucción global previa. Y dos, una serie de asuntos personales que los monstruos gigantes deberán resolver entre ellos, a puñetazo limpio.


En este último punto es donde descansa el mayor atractivo de la película. Al menos, para los veteranos como yo que crecimos viendo los Sábados de Súper Acción. La aparición de otros tres tanques de la escuadra Toho, mítico estudio cinematográfico japonés responsable de la existencia del género kaiju, que es como se suele denominar al cine oriental de monstruos gigantes pisoteando ciudades. Estoy hablando, en particular, del pteranodonte Rodan, la polilla Mothra y el más malo entre los malos, el dragón tricéfalo Ghidorah.


Lo ideal sería adelantar las partes en que los humanos interfieren el metraje, para detenerse en las peleas entre los Titanes, que es como volver a ver los encontronazos entre Martín Karadagián y la Momia, el Caballero Rojo y el commendatore Benito Durante, o el Ancho Peucelle y el gitano Ivanoff. Sabemos que es todo mentira, pero nos gusta que sea así. No hay ningún Di Sarli que le ponga emoción, es cierto; y le haría mucha falta la pimienta de un William Boo, pero los yanquis piensan que el catch es la puesta en escena de la WWE: Mucho ruido y volumen al palo. Hay una escena post-créditos y un fugaz cameo de Kong, anticipando la pelea de fondo que se viene.
Fernando Ariel García

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