La botera. Directora: Sabrina Blanco. Protagonistas: Nicole Rivadero, Alan Gómez, Sergio Prina y Gabriela Saidon, entre otros. Guion: Sabrina Blanco. Murillo Cine / Vulcana Cinema. Argentina / Brasil, 2019. Estreno en la Argentina: 19 de diciembre de 2019.
El Rubicón es un corto río torrencial del norte de Italia. De color entre rojizo y amarronado, saltó a la fama gracias al derecho romano, ya que a partir del 59 a.C. quedó establecido como frontera infranqueable entre las provincias romanas y la Galia Cisalpina, buscando proteger a Roma de cualquier amenaza interna y externa. Hasta que un Julio César atormentado por las dudas, desoyó la prohibición de cruzar sus aguas y las cruzó, entrando a Italia con sus tropas. Sin saberlo, el político y militar que llegaría a encarnar la idea del poder absoluto, estaba forjando una frase popular destinada a definir la decisión íntima e irreversible de lanzarse a una empresa de arriesgadas e imprevisibles consecuencias.
Hagamos de cuenta, entonces, que la adolescente Tati es nuestra Julio César de baja intensidad; y que el Riachuelo es el Rubicón que deberá cruzar (en viaje de ida y vuelta) durante este íntimo e intenso relato de iniciación que es La botera, opera prima de Sabrina Blanco que, sin rodeos, llega para instalarse como uno de los grandes estrenos argentinos del año. Filmada y ambientada en la Isla Maciel, la película sigue el despertar sexual de Tati mientras Tati sigue con sus rutinas cotidianas, marcadas por un aislamiento naturalizado por el ambiente y una situación de vulnerabilidad social y económica que no la define pero sí le estipula márgenes de maniobra.
Alejada de la estética y la ideología comúnmente asociadas al romanticismo teenager, La botera camina los senderos de un realismo empático y crudo, veraz y honesto a la hora de poner en escena el tránsito de los personajes y plantear el empoderamiento posible de esa niña en particular. La pobreza, el bullying, la violencia de género, los problemas vinculares con las personas que conforman su microclima (casa, barrio, escuela, merendero) ocupan un lugar protagónico sin cargar el estigma con que suelen aparecer representados en el séptimo arte contemporáneo. En el mientras tanto, Tati buscará realizar su deseo de convertirse en botera, aprendiendo los secretos de ese oficio masculino y en peligro de extinción, como metáfora identitaria que le permita navegar entre las costas de la isla y el continente; y de la mano de su amigo infantil a los brazos de su interés amoroso.
Lo mejor que tiene el film, para mí, es el alto compromiso político con las situaciones que aborda. Prescindiendo de pirotecnias partidarias, sabe ser sensible y ecuánime, comprensible y crítico con los mundos internos y externos que están en pugna. Es capaz de no juzgar a sus personajes, porque les ha entregado la confianza necesaria para dejarlos ser, hacer y elegir. Por eso, intuyo, huye de cualquier tentación discursiva para abrazar los recursos narrativos que cuentan mejor que mil palabras. Complejo y sutil maridaje entre la ficción y el documental, La botera cohesiona la síntesis de ambas orillas para amarrar en el puerto del cine con mayúsculas. Esa experiencia que nos acompaña por la vida, no sólo en la oscuridad de una sala.
Fernando Ariel García
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