martes, 24 de julio de 2012

COLTRANE: BIENVENIDOS AL TREN

Noviembre de 1996. El muchacho, de unos treinta años, apura sus pasos sobre la calzada mojada. Es de noche, hace frío (mucho frío aún para la época) y más le hubiera valido quedarse en el cálido (aunque incómodo) cuarto barato de hotel. Pero Nueva York es Nueva York; y sólo tiene dos apretadas noches como para intentar abarcarla por completo. Así que se calza el piloto negro que había comprado en Chicago y gana la calle. La llovizna cae y para. Viene, lo moja y se va. Las luces intermitentes de neón lo van salpicando de rojo, de amarillo, de azul, de algún tono de verde. Desde los techos Art-Deco del barrio bohemio, la Luna lo encandila con un abanico de cambiantes sombras (¿monolíticas gárgolas del pasado?) sobre las escaleras de incendio amuradas en el exterior de los edificios. El murmullo de la gente y los autos lo envuelve por completo, lo dejan en estado de ensoñación, van construyendo una cúpula de silencio sacro a su alrededor. Dentro de su mente, una rítmica letanía empieza a llenarlo todo. Tum-Tum… Tum-Tum-Tum…


Principios de 2011. El hombre, ya cuarentón largo, llega a su casa del trabajo, más tarde de lo que debería. Levanta el envío que le ha dejado el correo en la puerta y, sin darle demasiada atención, lo apoya sobre uno de los muebles del interior. Abraza a su hija, juega con ella y rejuvenece. A fuerza de risas se saca el tedio, se quita el cansancio. La baña y la acuesta. Le cuenta un cuento hasta que se duerme. La tapa con una sábana ligera y se la queda mirando. Un rato largo. Después, se prepara para improvisar una cena rápida, ya que su esposa está demorada en la oficina y también va a llegar más tarde de lo que debería. Entonces se acuerda del sobre. Lo toma en sus manos y lee el remitente: Paolo Parisi, Bolonia, Italia. Por el grosor, es un libro. Lo saca del sobre y algo más sale con el libro. Algo intangible. Una rítmica letanía empieza a llenarlo todo. Tum-Tum… Tum-Tum-Tum…


Noviembre de 1996. El muchacho avanza con la cabeza en otro lado. Atento sólo a los sonidos que el Village le va susurrando en los oídos, esa música que la ciudad entona para sus íntimos cuando está en celo, en plan de conquista, decidida a tomar su presa. La ráfaga de viento se le aparece de improviso. Lo saca de su letargo, lo empuja hacia una calle que no pensaba caminar, le hace doblar en una esquina que no había visto, como si lo estuviera guiando hacia una cita impostergable. La escalera parece nacer bajo sus pies. Y desciende hasta la puerta de un club nocturno algo desvencijado por el paso del tiempo. Es acá, se dice sin saber por qué. Y baja los escalones, de a uno, de a dos, apurado por abrir esa puerta y perderse en el vaho de sudor, tabaco, humedad y alcohol que inunda el aire viciado de adentro. El lugar es más grande de lo que espera, pero aún así no alcanza para albergar con cierta comodidad a los parroquianos que están sentados en las mesas, acodados en la barra, apurando un trago barato, apalabrando a alguna chica un poco más cara. Y de pronto, una rítmica letanía empieza a llenarlo todo. Tum-Tum… Tum-Tum-Tum…


Principios de 2011. Coltrane. Así se llama el libro, mucho más que una biografía sobre John Coltrane (1926-1967), uno de los saxofonistas más influyentes del jazz y de la música toda. Trane, para los amigos y la posteridad. Al pasar las hojas, al hombre, ya cuarentón largo, se le corporiza el artista que eliminó los límites temporales de los solos porque renegaba de todo lo predeterminado. Con modestia, le explica que la medida de su arte (¿la medida de su vida?) es la del libre albedrío a la hora de encarar una pieza musical. No me importa lo que dice la partitura, le dice Coltrane interpretado por Parisi, me importa lo que siente el intérprete al abordar esa partitura. La verdadera vanguardia pasa por la medida humana. Lo ve buscar (¿encontrar?) la trascendencia cada vez que sus labios besan la boquilla de los instrumentos de viento, fueran los saxos o el clarinete. Coltrane había tocado con Miles Davis y con Thelonius Monk; y los había hecho suyos. En los conciertos gráficos se los puede escuchar, casi como un subtexto de Coltrane, al lado del contexto sociohistórico que le va llenando de aire los pulmones. El hombre le presta atención y sobre ese compás (esa viñeta) puede ver la lucha por los derechos civiles de los negros; y detrás de ese silencio (esa viñeta) late el mantra que Parisi supo clavarle en los ojos al Coltrane de la portada, el mismo Coltrane que te baja la vista desde la carátula de Blue Train, el segundo álbum más popular del artista. Parisi alimenta ese fuego, lo aviva en el duotono de los dibujos interiores (sabe que la vida no es ni blanco ni negro, sino una armonía de grises) y logra lo imposible. La música suena entre las viñetas silenciosas de los músicos esforzados y transpirados. Suena de verdad, literalmente, no metafóricamente. El hombre se lleva el libro al oído, cierra los ojos y se deja llenar por esa rítmica letanía. Tum-Tum… Tum-Tum-Tum…



Noviembre de 1996. La música viene desde el escenario. O desde la tarima que oficia de escenario. Unos segundos antes, los cuatro músicos que ahora ocupan la escena pasaban completamente desapercibidos. Cuatro negros veteranos, de más de 60 años, con todo el look de oficinistas condenados a la nada por la rutina. Cuatro perdedores, cuatro grises fantasmas en espera de la muerte redentora. Cuatro nadies. Pero ahora no. Ahora son otra cosa. Lo son todo. Luz, sonido, gozo, dolor, pérdida, añoranza, un sol que quema sin calentar. Flotan. O parece que flotan. ¿O es el muchacho, de unos treinta años, el que está a cuatro centímetros del suelo? ¿Qué es esto?, se pregunta. Jazz, le responde el barman, otro negro sesentón, la cara marcada por los surcos que la vida le fue dibujando sobre las arrugas. Jazz, le responde el barman mientras le acerca un vaso de acaramelado bourbon con que mantener el alma a resguardo. Quiero más, balbucea el muchacho treintañero. Coltrane, dice el barman con los ojos fijos en el vaso que está llenando por segunda vez. A Love Supreme, dice el barman mientras señala con el índice mocho a los negros del escenario. Tum-Tum… Tum-Tum-Tum…


Principios de 2011. El hombre, ya cuarentón, reconoce los acordes que salen del libro. No se considera un experto, sino un curioso con hambre insaciable de jazz. Le hizo caso al barman negro del club nocturno algo desvencijado por el paso del tiempo y, de a poco, se ha ido comprando los CD’s de Coltrane. Los discos del cuarteto clásico para el sello Impulse!, las grabaciones para el sello Atlantic, la caja de Miles Davis y Coltrane para Columbia, los míticos cuatro conciertos de 1961 en el no menos mítico Village Vanguard, el sensual encuentro con el piano de Thelonius Monk en esa mágica noche del Carnegie Hall, el inabarcable Blue Train… un pequeño muestrario de los más de cien discos que nutrió Coltrane con su aliento moderno. Y lo que suena es aquella noche de noviembre de 1996, cuidadosamente guardada en la nuca de su memoria. Un par de horas afiebradas en el aire viciado de sudor, tabaco, humedad y alcohol, perdido en las entrañas de una Iglesia que nunca más pudo encontrar, aunque volviera (y más de una vez) a caminar esas calles del barrio bohemio plateado por la luna. Y lo que suena es A Love Supreme, la obra maestra de Coltrane, la pieza de profundo corte religioso, grabada en 1964 como parte de una búsqueda personal de pureza que obsesionaba al músico. Es su único disco conceptual, compuesto por una suite en cuatro partes, las mismas cuatro partes (los mismos cuatro títulos) utilizados por Parisi para estructurar su viaje al corazón de una vida hecha sentimiento, de un sentimiento hecho música. Coltrane es un tren que no para, que te lleva puesto al posar sus ojos en él. Y está bien que sea así, en su inglés original, Trane suena igual que Train, tren. Y el hombre, ya cuarentón, recuerda las palabras del negro barman. Coltrane es un viaje. No importa la estación de partida, no importa el punto de llegada. Importa el trayecto. Siempre y cuando estés dispuesto a dejarte llevar, sin ataduras de ningún tipo. Apoltronado cómodamente en tu asiento, el calor de un bourbon acaramelado en la garganta, los ojos pegados al paisaje escarchado que el saxo borronea en las ventanillas de la mente. Y los oídos bien abiertos, claro. Para escucharte mejor. Tum-Tum… Tum-Tum-Tum…
Fernando Ariel García


Coltrane. Autor: Paolo Parisi. Portada: Paolo Parisi. 128 páginas en blanco y negro (duotono). Black Velvet. ISBN: 978-88-87827-86-6. Italia, enero de 2009.

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