lunes, 18 de mayo de 2015

INSPECTOR BULL: ESTUDIOS EN ESCARLATA

Inspector Bull. Guiones: Carlos Albiac. Arte: Horacio Lalia. Portada: Horacio Lalia. 240 páginas en blanco y negro. Loco Rabia/Grupo Belerofonte. ISBN: 978-987-3712-00-5. Argentina/Uruguay, abril de 2014. 

Goya tenía razón. El sueño de la razón produce monstruos. Monstruos humanos que nos permiten reconocernos en su muestrario de vicios básicos, en sus tortuosas relaciones familiares, en la capacidad para traicionar amores y amistades como si nada. Burros de carga de esperanzas difusas que transmutarán, con prisa y sin pausa, en crímenes concretos. Frutos de la sangre y el odio, de la miseria existencial y la desesperación económica. Hombres y mujeres que perdieron el rumbo, escoria envuelta en andrajos o vestida con sedas y oropeles. Viejas leyendas liberadas por el humo del tabaco, por el peso de la culpa. 


De estos estragos está compuesto el mundo del Inspector Bull, la serie que Carlos Albiac y Horacio Lalia realizaran para Italia a principios de los ’90, que leyéramos incompleta en la efímera Hora Cero de La Urraca y un número de 45 Toneladas editado por Perfil; y que compilada ahora en un solo libro se nos abre a otros planos de lectura. Tour de force por el Londres victoriano, enclavado en el imaginario literario del mundo y el género del policial más amplio, el que está ligado a la aventura, al misterio, al terror, al romance trágico. Adherente fervoroso al modelo impuesto por el Sherlock Holmes clásico, el que sabe combinar sus dotes deductivas con un buen par de puñetazos.


Abordados por separado, estos 13 episodios unitarios, estos 13 casos cerrados sobre sí mismos, siguen manteniendo su condición de historias cortas, directas y al hueso, resueltas en tiempo real en sólo 14 vertiginosas páginas. Son piezas criminalísticas pre CSI, engranajes de una noria vehemente y oscura, que nos lleva del misterio a la resolución, sin escalas y sin escapatoria posible. Pero leídos de corrido revelan un patrón, que tiene que ver con la alteración de un orden, impuesto por el Hombre sobre el Hombre; y el proceso de su restauración por obra y gracia de Bull. 


Todo en esta historieta pareciera ser resultado de un pasado que quedó inconcluso, detenido en el tiempo, encapsulado en pústulas listas para estallar y salpicar su pestilencia. De ahí que el cerebro sobreviviente de Bull (y el inmenso oficio de sus autores) vaya desarticulando su apariencia de personaje calculador e inconmovible para convertirse (construirse) en persona con el paso de los episodios. Facetando hobbies, intereses diversos y una vida amorosa que desarticula su lógica de pensamiento. Como pocos en esa Londres ominosa, espejo de otros tiempos y otras geografías, Bull aprende a sacar la cabeza por encima del ahogo general, inspirando un poco de libertad, placer y reposo. 
Tomando algo de aire puro antes de seguir metiendo sus narices en la mierda. 
Fernando Ariel García

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