El cuarto azul. Director: Mathieu Amalric. Protagonistas: Mathieu Amalric, Léa Drucker, Laurent Poitrenaux, Stéphanie Cléau, Mona Jaffart. Guionistas: Mathieu Amalric y Stephanie Cléau, basado en la novela homónima de Georges Simenon. Alfama Films. Francia, 2014.
Cama caliente y cabeza fría. Lo que los protagonistas tienen por separado, este alucinante filme de Mathieu Amalric lo exhibe orgullosamente, todo junto y sin medidas. Pesadilla cuasi kafkiana en dónde lo que creemos entender, aquello que suponemos haber descubierto, termina siendo de otra manera. Irremediablemente, porque El cuarto azul (La chambre bleue, 2014) está siempre un paso adelante del espectador. Un logro que se agradece (y se disfruta) porque se trata de un policial basado en la homónima novela de uno de los máximos exponentes del género, Georges Simenon.
La base del relato es un thriller judicial, de ahí que la trama se apoye de manera tan firme y efectiva en la distancia que va del hecho emocionalmente consumado a la reconstrucción intelectual de ese mismo hecho. En este laberinto de pasiones, mediado y gobernado por la subjetividad, la descomposición del todo en sus partes más significativas termina relativizando cada prueba, cada testimonio. Y la continuidad de la acción, hecha de fragmentos que van y vienen en el tiempo, abre el menú de posibilidades de manera adrede y alevosa, jugando con nosotros como el gato lo hace con el ratón. Con la ventaja de saber a dónde nos está llevando.
Dos amantes, ambos casados, descargan su pasión prohibida en el cuarto azul del título, dentro de un hotel supuestamente alejado de miradas indiscretas y las habladurías del pueblo que lo cobija. Lo único concreto que tenemos es el crimen que se ha cometido, porque todo lo demás quedará en el ámbito de los supuestos. Conjeturas que se verán alimentadas por cuestiones del orden de la pasión, el amor, la traición, la costumbre, el hastío, las rutinas maritales, la atracción del peligro y el peligro de la atracción.
¿Visceralmente cerebral? ¿Cerebralmente visceral? Con una estética elegante y sofisticada, a caballo de una visualidad sensualmente arrebatadora, Amalric filma y registra, haciendo de la intensidad su norma; y de la encadenación simbólica su medida. Escamoteándonos la verdad mientras compone un personaje que, entendemos bastante rápido, se siente culpable. Averiguar si lo es o no, le (y nos) llevará toda la película. Y cuando las luces se prendan, estaremos ahí, atónitos ante lo que acaba de pasar por delante de nuestros ojos. Con una única certeza clavada en el cuerpo. La certeza de la duda.
Fernando Ariel García
Bonus track:
Algunos afiches franceses, mucho más interesantes, logrados y representativos que el argentino
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