Frozen: Una aventura congelada. Directores: Chris Buck y Jennifer Lee. Voces (versión original): Idina Menzel (Elsa, Reina de las Nieves), Kristen Bell (Anna, hermana de Elsa), Jonathan Groff (Kristoff, rubio vendedor de hielo), Josh Gad (el muñeco de nieve Olaf), Santino Fontana (príncipe Hans) y Alan Tudyk (Duque de Weselton), entre otros. Voces (versión traducida): Carmen Sarahí (Elsa), Romina Marroquín (Anna), José Gilberto Vilchis (Kristoff), David Filio (Olaf), Hugo Serrano (Hans) y Roberto Carrillo (Duque de Weselton), entre otros. Canción de créditos finales: Demi Lovato (Let It Go, versión original) y Martina Stoessel (Libre soy, versión traducida). Guionista: Jennifer Lee, en base al cuento de hadas La Reina de las Nieves (Snedronningen, 1845), de Hans Christian Andersen. Walt Disney Animation Studios. EE.UU., 2013.
2 de enero. Primer día hábil del año. Algo de lluvia y un poco de frío matizan el bochornoso infierno en que se había convertido la ciudad de Buenos Aires. Demasiado viento como para ir a remojar los pies en la pileta, demasiada inactividad diaria como para pretender que mi hija (6 años recién cumplidos) se quede quieta dentro de la casa. La única salida posible (porque es la única que acepta) es la de ir al cine a ver la nueva película de Walt Disney, último (hasta la fecha) opus fílmico de la lucrativa licencia de las Princesas. Y allá voy, resignado a soportar Frozen: Una aventura congelada (Frozen, 2013), con la nena vestida de Valiente y la canción de Martina Violetta Stoessel taladrándome los oídos en continuado.
El panorama en la entrada del cine es peor. El vestido y la canción de mi hija aparecen multiplicados al infinito. Para cuando se apagan las luces, ya me ha ganado el desánimo. Estoy entregado. Y, de repente, el milagro. Un Mickey en blanco y negro como eran los mickeys de verdad, como el de los viejos cortos de Ub Iwerks, como el de las inmortales tiras de Floyd Gottfredson. Un Mickey pícaro, sarcástico, simple, original, divertido; en las antípodas del ratón lobotomizado de La Casa de Mickey Mouse que, cada noche, espera que los chicos del otro lado de la pantalla le vayan diciendo qué tiene que hacer.
El corto Es hora de viajar (Get a Horse!, 2013), pensado y dirigido por Lauren MacMullan (Avatar, Los Simpsons), es un maravilloso ejercicio técnico y creativo que homenajea y deconstruye al icono que cumple 85 años y a la mágica naturaleza del séptimo arte que supo encarnar. O sea, lo regresa a sus fuentes imprimiéndole la descontracturada modernidad que andaba buscando desde hace mucho, mucho tiempo. Uno no puede dejar de asombrarse con el desparpajo narrativo que propone Pete Pata de Palo en su recuperado rol de villano querible y desalmado, con la deliciosa venganza que propone una Minnie con el grado justo de perversidad, con la alegre nostalgia que aporta el conejo Oswald (primera creación de Iwerks y Disney, antes del ratón octogenario) y, si la ve en inglés, con la posibilidad de escuchar al propio Tío Walt prestándole su voz a Mickey, gracias al recupero y reutilización de audios originales de los años ’20 y ’30.
Muchas veces dije que no me gusta lo que representa Disney, los valores que prioriza y promueve, el imaginario que instala y perpetúa. Y no me cuesta afirmar que MacMullan acaba de taparme la boca con una altura tan impensada como inesperada. No sé que más proveerá este 2014 en materia de dibujos animados, pero no creo que nada pueda estar por encima de la frescura de Es hora de viajar, obra maestra que se apropia (para su gozo y el nuestro) de esa libertad sin vuelta atrás que canta Violetta en el tema principal de Frozen.
Ahora que me doy cuenta, se me acabó el espacio y ni hablé de Frozen, la película que acompaña al corto de Mickey. Otra vez será.
Fernando Ariel García
No hay comentarios:
Publicar un comentario