martes, 28 de febrero de 2012

DRIVE. ACCIÓN A MÁXIMA VELOCIDAD: BUSCO MI DESTINO

Es la nueva Taxi Driver. Eso me dijeron; y con esa idea en la cabeza me senté en la butaca a ver Drive. Acción a máxima velocidad (Drive, 2011). Y aunque la película está bien (y hasta muy bien, me animaría a decir), no le alcanza para ubicarse relativamente cerca del clásico icónico de Scorsese. Es cierto que ambas cintas comparten algunos tópicos comunes: Las calles de una ciudad nocturna que funcionan como mapa de la insoportable soledad que cargan los protagonistas; la naturalización de una violencia seca, cruda (que aquí aparece sublimada bajo una controlada estética tarantinesca), expresión natural del entorno sórdido que lo ahoga todo; y una historia de amor (¿o redención?) que desencadena la tragedia y prologa la venganza.


Visualmente irresistible, Drive (que llega a las pantallas argentinas el próximo 1º de marzo)combina sabiamente los tempos narrativos del mejor cine norteamericano de los ’70, el sonido pop electrónico cutre de los ’80 y el desencanto existencial de los ’90. Un combo poderoso que signa los anhelos (pero también marca los límites) autoimpuestos por el director danés Nicolas Winding Refn, que escogió filmar una historia antes que la primera parte de una licencia cinematográfica. Y eso se agradece, porque la testosterona irradiada por los motores cobra específico peso dramático frente a los tiempos muertos que grafican la vacía naturaleza humana de los protagonistas.


Obra por momentos inclasificable, Drive es cine de clase B, ejercicio independiente que se anima a contar la novela negra norteamericana con sensibilidad europea (chiste incluido) y, sobre todo, una impensada fábula romántica para varones adeptos al cine de acción. Es que el anónimo protagonista (mecánico, doble de riesgo y conductor de autos para el bajo mundo, máscara impecable de Ryan Gosling) es también una especie de ceniciento urbano y decepcionado, que encuentra la oportunidad de imaginar una nueva vida (o una vida) fuera de todo aquello que lo mantiene emocionalmente quieto, varado, encallado en un presente que fluctúa entre lo anodino y lo mafioso.


Predecible como toda fábula, lo que marca la diferencia en Drive es la ruta, no el destino. Decisión consciente la de Refn (eso espero) al contar una historia automovilística bajándose de la autopista. Yendo por la colectora, en una era en la que los bólidos definen el estándar, se permite explorar la aspiración marginal por encontrar un lugar dentro del relato oficial del American Way of Life. La frustración ante la imposibilidad de superar un presente chato, sin otro futuro que la permanente repetición de lo ya conocido. El lado menos glamoroso de una Los Angeles sucia, melancólica e insensible. La rutina como carga, como cadena perpetua cuya única salida será la muerte.


De ahí la libertad que se respira en el rostro de los personajes cuando están tras el volante, yendo hacia algún lado. Presos de un movimiento ilusorio que les permite imaginar que algo va a cambiar en sus vidas.
Aunque sólo sea el paisaje.
Fernando Ariel García


Drive. Acción a máxima velocidad. Director: Nicolas Winding Refn. Protagonistas: Ryan Gosling, Carey Mulligan, Oscar Isaac, Ron Perlman y Albert Brooks, entre otros. Guionista: Hossein Amini, basado en el libro homónimo de James Sallis. Bold Films. EE.UU., 2011.

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