Inspector
Bull (Colección Esenciales Nº 2). Guiones: Carlos
Albiac. Arte y portada: Horacio Lalia. Rotulado
y globos: Silvana Sbaffo. Prólogo: Andrés Accorsi. 192
páginas. Loco Rabia. Argentina, junio de 2024.
Remasterización
total y el agregado de un prólogo. Pocas diferencias formales entre
la
nueva y la vieja edición
de Inspector
Bull.
Razón
más que valedera para desempolvar, sin modificaciones, la
crítica original
que publiqué el 18 de mayo de 2015.
Goya
tenía razón. El sueño de la razón produce monstruos. Monstruos
humanos que nos permiten reconocernos en su muestrario de vicios
básicos, en sus tortuosas relaciones familiares, en la capacidad
para traicionar amores y amistades como si nada. Burros de carga de
esperanzas difusas que transmutarán, con prisa y sin pausa, en
crímenes concretos. Frutos de la sangre y el odio, de la miseria
existencial y la desesperación económica. Hombres y mujeres que
perdieron el rumbo, escoria envuelta en andrajos o vestida con sedas
y oropeles. Viejas leyendas liberadas por el humo del tabaco, por el
peso de la culpa.
De
estos estragos está compuesto el mundo del Inspector
Bull,
la serie que Carlos Albiac y Horacio Lalia realizaran para Italia a
principios de los ’90, que leyéramos incompleta en la efímera
Hora
Cero
de
La Urraca y un número de 45
Toneladas
editado
por Perfil; y que compilada ahora en un solo libro se nos abre a
otros planos de lectura. Tour
de force
por
el Londres victoriano, enclavado en el imaginario literario del mundo
y el género del policial más amplio, el que está ligado a la
aventura, al misterio, al terror, al romance trágico. Adherente
fervoroso al modelo impuesto por el Sherlock Holmes clásico, el que
sabe combinar sus dotes deductivas con un buen par de puñetazos.
Abordados
por separado, estos 13 episodios unitarios, estos 13 casos cerrados
sobre sí mismos, siguen manteniendo su condición de historias
cortas, directas y al hueso, resueltas en tiempo real en sólo 14
vertiginosas páginas. Son piezas criminalísticas pre CSI,
engranajes de una noria vehemente y oscura, que nos lleva del
misterio a la resolución, sin escalas y sin escapatoria posible.
Pero leídos de corrido revelan un patrón, que tiene que ver con la
alteración de un orden, impuesto por el Hombre sobre el Hombre; y el
proceso de su restauración por obra y gracia de Bull.
Todo
en esta historieta pareciera ser resultado de un pasado que quedó
inconcluso, detenido en el tiempo, encapsulado en pústulas listas
para estallar y salpicar su pestilencia. De ahí que el cerebro
sobreviviente de Bull (y el inmenso oficio de sus autores) vaya
desarticulando su apariencia de personaje calculador e inconmovible
para convertirse (construirse) en persona con el paso de los
episodios. Facetando hobbies, intereses diversos y una vida amorosa
que desarticula su lógica de pensamiento. Como pocos en esa Londres
ominosa, espejo de otros tiempos y otras geografías, Bull aprende a
sacar la cabeza por encima del ahogo general, inspirando un poco de
libertad, placer y reposo.
Tomando
algo de aire puro antes de seguir metiendo sus narices en la mierda.
Fernando
Ariel García
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