En
2009,
el cierre de SONASTE MANECO dejó una serie de artículos realizados
y sin publicar. Uno de ellos fue este perfil de la etapa cubana del
español Jan
(Juan
López Fernández), que
El
Delga (José Delgado)
había
escrito en exclusiva para la sección Las historietas abiertas de
América Latina. Quince
años después de haberse perdido en una computadora infestada, el
artículo reapareció en un pendrive que había traspapelado.
Pidiendo las disculpas pertinentes por el (enorme)
atraso,
aquí va este vistazo a la obra menos conocida del enorme creador de
Superlópez.
Antes
de consagrarse como Jan, el español Juan López Fernández
tuvo una activa vida profesional en Cuba. Entre 1959 y 1969, el
futuro creador de Superlópez desarrolló su carrera como
historietista, humorista gráfico y animador, bajo el seudónimo de
Juan José.
Colaboró con (y contribuyó en la formación de) Juan Padrón,
el autor más importante del noveno arte cubano; y de un aprendiz de
caricaturista que, con el correr de los años, se convertiría en una
de las voces principales de la Nueva Trova:
Silvio Rodríguez.
Pero
empecemos por el principio. Acompañando
a su familia, el
veinteañero Juan
López Fernández
llegó
a Cuba en 1959,
con
la Revolución triunfante y en el poder.
Por
su experiencia profesional previa en Barcelona,
logró insertarse en el mercado del
dibujo
publicitario, descollando
como
animador principal de la agencia Siboney. En
poco tiempo, pasó
a formar parte del recién creado Departamento de Animación Especial
del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, donde
realizó diversas animaciones para Enciclopedia Popular
(La historia del alfabeto, entre otras), notas para el Noticiero
ICAIC, cortos didácticos y créditos de películas, entre otros
trabajos.
En
1963 ascendió
a Director de Animación de los Estudios
Fílmicos de la televisión cubana. También inició sus
colaboraciones con el periódico Hoy y el semanario Mella, firmando
sus colaboraciones como Juan José.
Un
año después ya formaba parte de la plantilla del tabloide, que
entre sus principales atractivos contaba con materiales para jóvenes
lectores e historietas. En ese entonces, Cuba había dejado de
recibir los cómics provenientes de los EE.UU., razón por la cual el
noveno arte cubano renació,
con mucha fuerza, en la isla. Guiando las manos de los jóvenes
creadores estaba el magisterio de Juan José y de Virgilio Martínez,
talento local que, durante la época clandestina de la publicación
(la
dictadura de Fulgencio Batista),
había
utilizado
el seudónimo de Laura.
Impreso
en rotograbado, Mella incluía
un suplemento con algunas páginas impresas a cuatro colores. Y
justamente aquí, Juan José comenzó a darse a conocer como
historietista. Su primer trabajo fue Lucas y Silvio, historia de
ciencia-ficción protagonizada por el viejo y el niño del título.
El pequeño Silvio, con sus espejuelos y todo, estaba inspirado en
quien llegaría a ser uno de los cantautores más importantes de la
Nueva
Trova,
Silvio Rodríguez, por entonces un aprendiz de caricaturista que
venía trabajando con Virgilio.
Con
el correr de los números, a Juan José le nació un personaje
llamado Chaparrito, pequeño campesino mexicano con sombrero de
charro, que cumplía misiones para Zapata y Pancho Villa. En sus
aventuras, además, solían decir presente bandidos típicos del
oeste norteamericano y otros malvados escapados del circo romano y
los castillos medievales. En esta etapa de Mella hace su aparición
uno de los personajes más importantes de la historieta cubana,
Supertiñosa, obra de Marcos Behemaras (guion) y Virgilio (dibujos).
Parodia de Superman, las hazañas de este paladín al que nunca le
salían bien las cosas, fue continuado gráficamente por diversos
dibujantes. Entre ellos, el propio Juan José. En
lo personal, me
gusta pensar que Superlópez,
su
creación más famosa e internacional, pueda
haber tenido
su génesis aquí.
Más
allá de mis elucubraciones, una de los
hechos
trascendentes del momento fue la creación de El Hueco, página
de humor gráfico realizada
por Juan José, Silvio Rodríguez y un
debutante Juan
Padrón
(creador
de Elpidio Valdés y Vampiros en La
Habana),
que
firmaba
como Padroncitto. En 1964, los dos últimos debieron cumplir con el
servicio militar, razón por la cual durante los próximos tres años
Padroncitto colaboró con la sección desde su unidad castrense,
reflejando la vida de un joven recluta en la marina de guerra. Para
suerte de nuestra poesía y música, Silvio Rodríguez intimó tanto
con su guitarra en esos
días de soldado, que al volver a la vida civil abandonó el mundo de
la historieta.
Pero
Juan Padrón sí regresó y, a
partir de
1967, empezó a incursionar con Juan José en el humor negro que no
se reía de las desgracias humanas, poblando sus chistes de verdugos
y vampiros. Las
colaboraciones entre los dos autores saltarían de la página impresa
al dibujo animado, llegando a realizar una serie de obras para los
Estudios de la Televisión Cubana entre 1967 y 1968.
Con
el surgimiento del diario Juventud Rebelde, se discontinuó la
revista Mella y su colectivo de autores fue incorporado al nuevo
periódico. Su llegada coincidió con el arribo de los profesionales
de la desaparecida Pionero, reconvertida ahora en tabloide semanal a
dos colores. Ambos equipos terminaron dando forma a un seleccionado de
creadores gráficos nunca antes visto en Cuba, fundadores del
suplemento humorístico La Chicharra, antecedente de El Sable y el
DDT.
Con
guiones del escritor cubano Froilán Escobar, Juan
José inició en
Pionero las
fábulas del Duendecillo cuenta; y se prodigó ilustrando textos y
adaptando cuentos clásicos al lenguaje de la historieta. Además,
incursionó en el afiche político y colaboró con la revista Din
Don, de Ediciones en Colores. Finalmente,
Juan José abandonó la isla en 1969, pero nos dejó una obra de gran
valor artístico y cultural, además de su influencia en la formación
profesional de muchos de nuestros historietistas y animadores.
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