miércoles, 30 de marzo de 2016

RECUERDOS SECRETOS: TODO ESTÁ GUARDADO EN LA MEMORIA

Recuerdos secretos. Director: Atom Egoyan. Protagonistas: Christopher Plummer, Martin Landau, Bruno Ganz, Dean Norris y Henry Czerny, entre otros. Guionista: Benjamin August. Serendipity Point Films / Egoli Tossell Film. Canadá / Alemania, 2015. Estreno en la Argentina: 31 de marzo de 2016. 

Ayer nomás estaba por aquí hablando de la puesta argentina de Un judío común y corriente, la pieza teatral de Charles Lewinsky que, entre otras cosas, aborda las complejidades que enfrentan las terceras generaciones de judíos y alemanes al enfrentar(se) al Holocausto como hecho histórico y memoria familiar, mochila que (al parecer) deberán cargar hasta la tumba. 
La reconstrucción (personal y colectiva) de la Memoria sobre el genocidio judío a manos de los nazis también está en el centro neurálgico de Recuerdos secretos (Remember), pequeña obra maestra de Atom Egoyan que elige como protagonistas principales a los últimos sobrevivientes de los campos de concentración y exterminio, una generación que (por acción del paso del tiempo) se va transformando ante los ojos de sus descendientes, en legado y, obvio, en memoria.


Apelando al efectivo prisma del thriller, la película sigue el periplo del anciano Zev Gutman (un enorme Christopher Plummer), sobreviviente de Auschwitz que, a pesar de la demencia senil que lo aqueja, escapará del geriátrico en el que se encuentra para hallar al oficial nazi Otto Wallisch, asesino de su familia que se esconde en el interior de los EE.UU. bajo un nombre falso. Lo apoyará, lo guiará, lo mantendrá en tan ardua tarea, Max Rosenbaum (un gigantesco Martin Landau), compañero de Auschwitz impedido de abandonar el geriátrico por su estado de salud.


Con espíritu de road-movie, Egoyan hunde las manos en el barro que genera la tensión irresuelta entre Justicia y Venganza para aquellos que están demasiado cerca de la muerte. Y lo hace transitando la zona líquida que las funde y confunde. Se trata de dos deseos humanos completamente comprensibles, que empatizan rápidamente con el espectador y lo arrancan de la zona de confort que representa la butaca del cine, llevándonos a una serie de preguntas incómodas por la naturaleza moral de los cuestionamientos que, indefectiblemente, terminaremos haciéndonos. 


En el camino (nunca mejor dicho), el guión de Benjamin August va parando en las culpas y los remordimientos que no han tenido (ni tienen) los nazis sin implicancia directa en las matanzas de judíos (clase magistral de actuación a cargo de Bruno Ganz, más banal y más bestial de lo que hubiera imaginado Hannah Arendt), en los neonazis, en la demencial relación que mantienen los norteamericanos con las armas de fuego. Y guarda para el final un giro impensado, magnífico y perfecto, capaz de desestabilizar a todos y a todo, pateando el tablero de ajedrez y dinamitando las fichas en juego, realineando los planetas para mostrar (y demostrar) la acción devastadora de la verdad tras la manipulación intencionada de la historia y la memoria. 
Después, el silencio incómodo o el aplauso incómodo. Y la gran duda, ¿el fin justifica los medios? 
Fernando Ariel García

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