Piña va piña viene, los muchachos se entretienen. Si hubiera que
hacerle caso a este dicho popular, La traición (Haywire, 2012) vendría a
encarnarlo desde una posición revisionista de género, ya que es una muchacha la
que se entretiene golpeando, pateando, saltando y matando a lo largo y ancho de
la pantalla, durante todo el recorrido temporal del metraje. Es obvio que,
dentro y fuera de la ficción, no se trata de una mujer cualquiera. Dentro,
Mallory Kane resulta ser una joven y letal agente secreto, encargada de llevar
a buen término las complicadas misiones políticas que ningún Gobierno se
animaría a reconocer como propias. Afuera, Gina Carano es una luchadora bonita
y poco sexy, con mucho carácter y presencia escénica, de movimientos elegantes
y atléticos, fluidos y enérgicos.
El vehículo perfecto, queda claro después de ver la película, para que el director Steven Soderbergh (las dos del Che con Benicio del Toro, la saga de Ocean con George Clooney al frente) se luzca con un apabullante ejercicio narrativo, cine netamente industrial que encara una cinta clase B (o clase Z) con los recursos que habitualmente se destinan a las producciones clase A. O sea, entretenimiento puro y duro, que logra y supera su cometido básico, transitando todos los clichés del género de espías que uno espera ver, pero con un plus agregado, derivado (me animo a arriesgar) del oficio que cargan todos los que ponen la cara y el talento, delante y detrás de cámara.
Cine artesanal que eleva el thriller a la categoría de arte popular, capitalizando la belleza física y los simbolismos de ciudades como Barcelona y Dublín, en medio de persecuciones que cortan el aliento y/o en delicadas secuencias donde el suspenso se enseñorea con el destino de los personajes. Maquinaria de relojería en donde los engranajes se van enganchando con milimétrica precisión suiza, el filme se desanda con la contundencia que requiere la venganza que la traición del título anticipa. Y lo hace enarbolando un discurso de encendida violencia estilizada, apostando por el despliegue visual que necesitan los altísimos niveles de acción física que carga el cuerpo de la protagonista. Y que se descargan sobre los cuerpos de los traidores, estrategas de la política internacional, profesionales de los acuerdos sottovoce que sólo saben responder a sus intereses y necesidades coyunturales.
Curiosamente, a pesar de la dureza de las acciones, de la lógica casi burocrática que rige el primario matar o morir que aceptan los personajes como condición de vida, la película se ve ligera y agradable, aún en los momentos de mayor dramatismo, resueltos con un montaje nervioso y saltos temporales, prácticamente sin palabras, dejando que hablen la contundencia de los golpes, de los disparos, de la muerte siempre dispuesta a cobrar su parte en la compraventa de seres humanos.
Sale con pochoclo. De ser posible, doble.
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