Mi primera visita a Portugal quedará para siempre grabada en mi corazón y en mis retinas. Por motivos personales, porque el viaje justo coincidió con el cierre del trámite de adopción de mi hija Abril, razón por la cual la familia entera pudo recorrer esas afrancesadas callecitas empinadas por donde caminó Fernando Pessoa mucho antes (y mucho mejor) que nosotros, deteniéndose (como nosotros) en el mítico A Brasileira para tomarse su café matutino. Querer resumir la melancólica belleza de Lisboa en un puñado apretado de palabras es tarea fútil, pero (tal vez) alcance con decir que uno no sale indemne de ese tránsito. Lisboa duele; y ese dolor es sumamente placentero. Esa contradicción inherente a la ciudad es uno de los múltiples sentidos que tiene la saudade, una sensación que creo empezar a comprender en estos momentos, con una copa de oporto al lado del teclado y la voz de Amália Rodrígues como telón de fondo, entonando un fado que habla de las ganas de estar allá cuando uno está acá. Y viceversa.
La Plaza del Rossio, una de las más transitadas de Lisboa, vista por Ricardo Cabral, uno de los principales historietistas contemporáneos portugueses
Sobre todo, ganas de estar allá, en Amadora, a escasos diez minutos de Lisboa, por su gente. Por la gente que tuve la enorme fortuna de conocer. Y que, tal vez sin darse cuenta, hizo posible que este viaje fructificara de la forma en que lo hizo. Quiero nombrar (porque cada vez que los nombro recuerdo sus gestos, sus voces; y revivo así el placer que me ha dado el cruzarme en sus caminos) a los tres rostros más visibles de toda la organización del Festival: Ligia Macedo, Melina Gatto y Nelson Dona. Los tres, aunque ellos no tengan cabal idea de lo importante que fue para mí su accionar y comprensión, hicieron y modificaron planes de vuelo y estadías a medida de las posibilidades y necesidades que se me iban presentando, junto con los avances y retrocesos que el trámite de adopción sufría durante su resolución. No quiero aburrir a nadie con las idas y vueltas que se presentaron, pero de no ser por la tolerancia y el empeño de los arriba mencionados, nada hubiera sido como fue. Por ello, mi eterno agradecimiento.
Forum Luís de Camões, epicentro de las actividades
Y ganas de estar allá, también, por el resto de las personas que pude conocer más acá de sus facetas profesionales: El español Miguel Angel Martín, los argentinos Carlos Sampayo y Oscar Zárate (radicados, respectivamente, en Barcelona y Londres); y Martín Mórtola Oesterheld y Fernando Araldi, nietos de Héctor Germán Oesterheld con quienes tuvimos (La Bañadera del Cómic, Mariano Chineli y la Fundación Franco Fossati) el privilegio de pensar y armar la muestra dedicada a su abuelo, HGO: El hombre como unidad de medida, a la cual dedicaré una entrada específica, algo más adelante. Los canadienses Cameron Stewart, Karl Kerschl y Ramón Pérez, así como el estadounidense C.B. Cebulsky (editor y guionista de Marvel Comics) formaron parte de la amigable comitiva con la que compartimos la primera semana de actividades del Festival, muchas (y pantagruélicas) comidas, regadas de oportos y vinos verdes inolvidables; el silencio imponente de Cabo da Roca (el punto más occidental de la Europa continental, definido por el poeta Luís de Camões como el lugar “donde la tierra acaba y el mar comienza”); y la belleza inhasible de Sintra, vívido escenario de los cuentos de hadas, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995.
Cabo da Roca, "donde la tierra acaba y el mar comienza"
¿Y el Festival? Después de recorrer las instalaciones del Fórum Luís de Camões, lugar físico donde se instaló el cuerpo principal del 20º Festival de Historieta de Amadora, es fácil comprender por qué el de Amadora está entre los cinco más importantes del mundo. La energía que despliega; y que literalmente modifica la ciudad durante un mes, abarca al fenómeno de la historieta en todos sus aspectos, desde el cultural hasta el industrial, sin dejar de lado lo estrictamente artístico y comercial. Un delicado equilibrio que merece unas líneas de explicación. Amadora es una localidad pequeña, de esas que podríamos denominar (sin intenciones despectivas) de “ciudad dormitorio”, ya que la mayor parte de sus habitantes se despiertan por la mañana para ir a trabajar a Lisboa; y regresan a sus hogares al atardecer, tras el cierre de la jornada laboral. Desde hace 20 años, el Festival de Banda Desenhada viene colocando al municipio en la grilla del turismo internacional que, según los entendidos, es el que más ha crecido y el que mayores perspectivas de desarrollo alberga, el llamado Turismo Cultural. O sea que, además de permitir la llegada del cómic mundial a la ciudad y de promover la historieta portuguesa más allá de los límites físicos de su geografía nacional, el Festival ha dotado a Amadora del capital intangible más valioso al que pueda aspirar una urbe moderna: Una identidad propia. Estando al tanto de estas características, es posible mensurar en su justa medida el impacto realmente popular del Festival, con las múltiples visitas que reciben de parte de los distintos centros de estudios de la ciudad, la atención que le dedican los medios de comunicación masivos; y la participación de fanáticos y no iniciados por igual.
Portada de NS, revista sabatina del diario Jornal de Noticias, que ilustró sus artículos con dibujos en "estilo historieta" para acompañar la inauguración del Festival
El Festival de Amadora tiene muchas actividades, incluyendo concursos para el descubrimiento de nuevos valores, una Fiesta de la Caricatura donde es posible ver a los caricaturistas más renombrados de Portugal dibujando en vivo, workshops especializados, jornadas bibliotecológicas, demostraciones varias de juegos de rol, exhibiciones cinematográficas y el inevitable cosplay. Y la visita de importantísimas figuras internacionales, como Emmanuel Lepage, Achdé, Mauricio de Sousa, Francois Boucq, David Lloyd y Francois Schuiten, además de los ya mencionados. Lo más interesante, al menos para quien escribe, es la amplitud y variedad de las muestras, que apuntan a rescatar lo mejor que tiene la historia del noveno arte, contextualizarlo a la actualidad local y proyectarlo hacia el futuro. La de Emmanuel Lepage permitió ratificar el virtuosismo de un autor poco transitado en la Argentina, imposible de trasladar acabadamente al papel. La del merchandising de Astérix sumó otro punto de vista al cincuentenario globalizado del pequeño galo. La del colectivo de autores polacos divulgó escuelas y lenguajes tapados por la globalización. La del homenaje a los 50 años profesionales de Mauricio de Sousa escenificó, como nadie, el grado de penetración cultural que las viñetas pueden protagonizar. Y así podría seguir hasta el infinito. Pero quiero detenerme puntualmente en las muestras dedicadas al acerbo portugués.
Mauricio de Sousa, galardonado por el Festival de Amadora
Eran cuatro, si no me equivoco, pero bien podría haberse tratado de un discurso histórico dividido en tres instancias. La de los autores que hicieron grande a la banda desenhada: Eduardo Teixeira Coelho, Artur Correia y Augusto Trigo, entre otros nombres que estoy olvidando injustamente. La del recorrido particular del Festival, con los originales que Art Spiegelman, Will Eisner, Milo Manara, Enki Bilal, Moebius, Miguelanxo Prado, Dave McKean y muchos otros, han ido donando tras su paso por Amadora. Y las dedicadas al Israel Sketchbook de Ricardo Cabral; y a Rui Lacas, autor del afiche y la gráfica general del festival, dos de los valores establecidos y prominentes de la historieta portuguesa contemporánea.
Dibujo de Rui Lacas, autor de la gráfica oficial del Festival
Mucha y buena historieta. Mejor compañía. Abundante comida (un bacalao a la crema por el cual dar la vida, por ejemplo) y espirituosas bebidas, acompañadas de charlas amenas y muchas risas y sonrisas. El escenario privilegiado de la noche lisboata.
Con todo esto, ¡cómo no amar Amadora!
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