Robin Wood. Una vida de aventuras. Autores: Diego
Accorsi, Julio Neveleff, Leandro Paolini Somers. Prólogo: Sebastián De Caro. 288
páginas. Editorial El Ateneo. Argentina, mayo de 2021.
Empecé a leer este libro con Robin Wood vivo. Y
lo terminé, por demoras mías, con Robin Wood muerto. No es que este hecho
modifique en algo la calidad del trabajo de Accorsi, Neveleff y Paolini Somers,
pero sí impactó brutalmente en mi lectura. Sobre todo, en mi lectura emocional
de esta biografía autorizada del autor de Nippur de Lagash, Dago, Pepe Sánchez,
Savarese, Jackaroe y tantos otros personajes que me han ido acompañando a lo
largo de mi vida, en distintos momentos, en diferentes lugares y con variada
intensidad.
Si algo tenía Robin Wood, por las pocas veces
que pude charlar con él, es una energía vital capaz de sobreponerse a todo,
incluida la parca. Algo que fluye en estas páginas y se traspasa al lector. Se
nota que Wood nunca había perdido su capacidad de asombro ante las cosas y las
gentes; y se agradece (mucho) que haya tenido el don de traducirlo en palabras,
planos y secuencias; y la generosidad de derramar su talento a manos llenas. A
veces le habrá salido mejor; a veces, peor. Pero nunca se dejó nada guardado en
los bolsillos. Y eso no habla sólo de un autor íntegro, sino de un hombre
íntegro. Que vivió una vida de aventuras y aprendió a ganarse la vida contando
aventuras capaces de modificar la vida de quienes las leían.
Porque si algo deja claro este Robin Wood. Una
vida de aventuras es que Wood era, por sobre todas las cosas, un cuentacuentos
inagotable. Lo suyo era casi atávico. Con sus palabras invocaba tiempos
pasados, mundos remotos, la esquina del barrio. Al calor de las pasiones,
cocinaba revoluciones, tejía amistadas y destejía amoríos imposibles. Se
sentaba alrededor del fogón y, con su maestría habitual, disponía la mesa para
darnos el banquete de la fantasía, el melodrama, la comedia de
enredos. Algunos lo sabrán y otros no, pero en el fondo de su marmita mágica,
mezclaba retazos de su historia personal, de las mujeres que amó, los lugares
que visitó, los sueños que pudo (y supo) cumplir, las carencias que nunca
terminó de superar.
El libro está pautado en dos partes, bastante
distintas y muy complementarias. La primera, desanda en tercera persona la
historia personal de Robin Wood. Los orígenes paraguayos, su sangre celta, el
trabajo en el monte, las noches sin nada que comer, su pasión por la lectura y
el descubrimiento de un oficio que abrazará como profesión. Las características
de su estilo narrativo, su impacto en la industria mundial del cómic, su
capacidad para escribirlo todo, bajo cientos de nombres distintos. Recurre al
tono periodístico; y está muy bien que así lo haga. El discurso es lineal y
cronológico, va de menos a mayor, como la figura biografiada; y pone cada cosa
en su casillero correspondiente.
Pero que me perdonen Accorsi, Neveleff y
Paolini Somers, la segunda parte se me hizo inmejorable e
insuperable. Son diez capítulos que recogen las anécdotas de Robin Wood
contadas en primera persona. El orden es caótico y algunos conceptos se repiten
de manera innecesaria, pero el espíritu del autor late en cada palabra y brota
en cada párrafo. Ahí aparecen las geolocalizaciones autobiográficas que han
terminado tiñendo los destinos de Dennis Martin, de Tino, de Anders, de Helena,
del inagotable Mojado. Los libros y las películas que le inspiraron tantos
personajes y sagas, las charlas de café que le enseñaron la filosofía de vida
que traspasó a sus criaturas. Sus peleas con la crítica, sus enojos con la
industria. El amor incondicional a sus lectores. El amor incondicional de sus
lectores.
Cierro este libro con mucha pena. Y con una
enorme convicción. Si Robin Wood supo escribir la Aventura como nadie, es
porque él fue (y seguirá siendo) la Aventura. Nuestra Aventura.
Fernando Ariel García
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