Star Wars: El despertar de la Fuerza. Director: J.J. Abrams. Protagonistas: Harrison Ford (Han Solo), Mark Hamill (Luke Skywalker), Carrie Fisher (General Leia), Peter Mayhew (Chewbacca), Anthony Daniels (C-3PO), Kenny Baker (R2-D2), Adam Driver (Kylo Ren), Daisy Ridley (Rey), John Boyega (Finn), Oscar Isaac (Poe Dameron), Lupita Nyong’o (Maz Kanata), Andy Serkis (Líder Supremo Snoke), Domhnall Gleeson (General Hux), Max Von Sydow (Lor San Tekka), Tim Rose (Almirante Ackbar), entre otros. Guionistas: Lawrence Kasdan, J.J. Abrams, Michael Arndt, en base a situaciones y personajes creados por George Lucas. Música: John Williams. Lucasfilm/Bad Robot/Truenorth Productions. EE.UU., 2015.
Incondicional declaración de amor de un fanático al admirado objeto de su deseo, apuntada de manera adrede hacia el plexo emocional de los miles de millones de pares que están desparramados a lo largo y ancho del planeta. Y ejecutada con precisión quirúrgica por J.J. Abrams, claro. Vista desde esa perspectiva, Star Wars: El despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015) cumple con lo esperado y dignifica el legado histórico de una saga hecha carne y mito en el inconsciente colectivo de varias generaciones. Bajo cualquier otra perspectiva, la nueva entrega del melodrama fantacientífico por excelencia… se cae a pedazos.
Este séptimo episodio de La Guerra de las Galaxias puede ser entendido como una gran idea resuelta argumentalmente de manera irregular. Más de treinta años después de El regreso del Jedi, el enfrentamiento entre la Nueva República y el Imperio Galáctico recrudece con el obsesivo accionar de Kylo Ren, el malo de turno que aparece con la idea de erigirse en el nuevo Darth Vader, teniendo con qué bancar semejante apuesta. Apoyándose en el pilar místico que George Lucas siempre buscó rescatar del segundo plano de la epopeya, Abrams hace del filme una atenta relectura de la búsqueda del Santo Grial, que desde hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, lleva el nombre de Luke Skywalker.
Y a partir de ahí todo queda perfectamente justificado, aunque algunas situaciones y resoluciones aparezcan como demasiado forzadas. ¿Pero a quién puede importarle eso cuando los que reaparecen en escena, deglutiéndose la película con dentelladas metaficcionales, son Han Solo y Chewbacca, la Princesa (ahora General) Leia, R2-D2 y C-3PO? A nadie, obvio. Y esta es la gran fortaleza de El despertar de la Fuerza, el recupero de aquella sensación de asombro y ensueño que la primera Star Wars inoculó en el cine de género, en el entretenimiento masivo con un ojo en la taquilla y el otro en la explotación abusiva del merchandising.
Este logro de Abrams (borrar el ingrato recuerdo de la segunda trilogía, la de los tres primeros episodios) es también su gran paso en falso. Formalmente perfecta, El despertar de la Fuerza regresa la saga a su esplendor original, cumpliendo y cumplimentando cada detalle esperado por los fanáticos. Pero al replicar los aciertos de la trilogía original, redistribuyendo carisma entre los viejos y los nuevos personajes, complementando el pathos shakesperiano que tiembla en cada violento encontronazo de los sables láser con los chistes escupidos a repetición por Han Solo, no va más allá de lo esperable, renuncia al espíritu innovador que supo mostrar y opta por quedarse en la zona de confort que le significan a la franquicia los hilos nostálgicos que mueve.
Cosa rara, una película futurista que elige quedarse en el pasado, pero que funciona (y más que bien) por hacernos partícipes de ese viaje a través del tiempo.
Ariel Lorenzo
Link:
Star Wars Nº 1 (Dark Horse)
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