Depredador: La presa. Director: Dan
Trachtenberg. Protagonistas: Amber Midthunder, Dakota
Beavers, Dane DiLiegro, Michelle Thrush, Stormee Kipp, Julian Black Antelope y Bennett
Taylor entre otros. Guionista: Patrick Aison, sobre una
historia de Patrick Aison y Dan Trachtenberg. Basado en personajes y
situaciones creadas por Jim Thomas y John Thomas para el film Depredador
(1987). 20th Century Studios / Davis Entertainment / Lawrence Gordon
Productions. EE.UU., 2022. Estreno en la Argentina: Disponible en Star+ desde
el 5 de agosto de 2022.
Aunque al Depredador lo vistan de seda,
Depredador se queda. Al menos, es lo que yo siento frente a una de las
franquicias fantacientíficas más populares y exitosas nacidas en Hollywood. Más
allá del sazón que le pongan, de los accesorios que le agreguen, todas las
películas de la saga se me hicieron iguales, esquemáticas hasta la médula que
el cazador alienígena suele exhibir cada vez que mata a su víctima.
Depredador: La presa (Prey) no le escapa a
la norma. De hecho, se prende a ella como una garrapata, volviendo al escenario
selvático, agreste y violento de la primera película. Y al igual que
Schwarzenegger en esa ocasión, la guerrera Naru (Amber Midthunder) deberá emprender
ahora su propia aventura. Extenuante desde lo físico, apremiante desde lo
intelectual. Porque para que el cuerpo logre sobrevivir a los embates del
inmisericorde alienígena, su cerebro deberá leer adecuadamente las
características del oponente; y diseñar la estrategia ideal para salir
victoriosa. Mientras libra, al mismo tiempo, otra batalla contra los prejuicios machistas de su propia gente, que no conciben que una mujer pueda ser una gran guerrera.
Especie de precuela con intenciones de
reinicio de saga, La presa encuentra en Dan Trachtenberg al director ideal para
solventar la empresa. Va al grano, no repite aquello que la platea ya sabe y
subraya las características identitarias de la serie: El juego del gato y el
ratón entre el Depredador y los habitantes del espacio terrestre que viene a
utilizar como coto de caza: El corazón de la nación comanche, a principios de
1700. Por eso, se habla poco y se pelea mucho, se mata y se muere entre
espasmos de adrenalina y un ritmo nervioso y cambiante. Precavido y lento
cuando tiene que serlo, rápido y furioso cuando corresponde.
Nada nuevo bajo el sol, sólo que esta vez
el entorno comanche viene expuesto como dato central, no como elemento de color
nacido (sólo) por la necesidad de ser políticamente correctos. Aunque la
cuestión de género parezca dialogar más con la coyuntura actual que con el
presente histórico donde se desarrolla la trama. Desde lo simbólico (también
desde lo concreto), que el 80 por ciento de los involucrados en la realización
de la película, delante y detrás de cámara, pertenezcan al pueblo comanche, le
agrega verdad al resultado final. Que (al menos en los EE.UU.) se exhiba en
copias dobladas y subtituladas en comanche, termina de redondear un hecho
histórico para las comunidades indígenas norteamericanas.
Con estas bases, La presa capitaliza la belleza
inherente a la cosmogonía comanche. Sabe apoyarse en su cultura, en la
tipología de sus relaciones, en el peso de sus creencias y mitos, a la hora de construir
una aventura típica del Depredador, resignificando cada eslabón del relato
mientras los va encadenando. Más de lo mismo, pero mejor.
Fernando Ariel García
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