Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? Director: Philippe
de Chauveron. Protagonistas: Christian Clavier, Chantal Lauby, Ary Abittan,
Medi Sadoun, Frédéric Chau, Noom Diawara, Frédérique Bel, Julia Piaton, Émilie
Caen, Élodie Fontan, Pascal Nzonzi, Salimata Kamate, Tatiana Rojo, Claudia
Tagbo, Hedi Bouchenafa, Loïc Legendre, Patson, Gilles Cohen, Philippe Beglia,
Marie-Hélène Lentini, Michel Emsalem, Christelle Burger y Matthieu Burnel,
entre otros. Guionistas: Philippe de Chauveron y Guy Laurent. Les Films du 24 /
Les Films du Premier / TF1 Films Production. Francia, 2019. Estreno en la Argentina:
4 de noviembre de 2021.
No vi la primera película de la saga, Dios mío,
¿qué hemos hecho?, el gran suceso cómico del cine galo de 2014. Pero, la verdad
sea dicha, al encarar la secuela uno enseguida entiende de qué va la cosa. Asentados
en medio de la campiña francesa, los Verneuil son un acomodado matrimonio
burgués, católico y apegado a la tradición gaullista más acérrima. A la fuerza,
por lo que parece, tuvieron que superar sus prejuicios más conservadores, ya
que sus cuatro hijas han contraído matrimonio con descendientes de inmigrantes,
de diferentes etnias y distintas religiones. Una se casó con un musulmán, otra
con un judío sefaradí, la tercera con un chino budista; y la última con un
africano nacido en Costa de Marfil.
Cinco años después, con la familia viviendo en
plena armonía e integración multicultural, Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?
(Qu'est-ce qu'on a encore fait au bon Dieu?) pone a los Verneuil frente a una
nueva situación límite: Las cuatro hijas (y sus familias, obviamente) planean
irse a vivir fuera de Francia. Los motivos (que no vienen al caso) son
variados, pero podríamos decir que tienen que ver con la posibilidad de
realizarse a nivel personal y de crecer en el ámbito profesional.
Con gags más simpáticos que graciosos, el film
de Philippe de Chauveron seguirá los intentos del matrimonio para evitar la partida
de hijas, yernos y nietos. El humor, utilizado como vehículo crítico para el
abordaje de la naturaleza racista que sustenta la idea de superioridad francesa,
aparece como elemento catártico del proceso de construcción de una nueva
identidad de clase, en tiempos signados por los movimientos migratorios. Una
resistencia cultural que la película sitúa específicamente en los personajes
más veteranos de la familia ampliada, anclada en cerrados valores tradicionales,
más por costumbre que por convicción.
Por supuesto, Francia será el lugar ideal para
cerrar cualquier grieta generacional, incluida ahora la del matrimonio
igualitario. El discurso del film busca revalidar la vigencia del lema oficial
de la República: Liberté, égalité y fraternité para todos, sin importar credo,
raza ni opción sexual. Un ideal que parece posible y probable en la clase más
alta y privilegiada, que es aquella que el director retrata con cariño y
comprensión. No gozan de esa suerte los refugiados y los descendientes de inmigrantes
que forman parte de la clase trabajadora, enfrentados a constantes problemas de
vivienda, empleo y acceso a la salud. De manera simbólica (¿sin habérselo propuesto?),
Chauveron consiguió reflejar la brutal y obscena desigualdad que determina la estratificación
social gala contemporánea: Los unos sin los otros. Pero eso, claro, no llama a
la risa.
Fernando Ariel García
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