Monster Hunter: La cacería comienza. Director: Paul
W.S. Anderson. Protagonistas: Milla Jovovich, Tony Jaa, Clifford
"T.I." Harris Jr., Ron Perlman, Diego Boneta, Meagan Good, Josh
Helman y Jin Au-Yeung, entre otros. Guionista: Paul W.S. Anderson, basado en personajes
y situaciones del homónimo videojuego de Capcom. Impact Pictures / Constantin
Film / Tencent Pictures / Tōhō. EE.UU. / Alemania / Reino Unido /
Canadá / China / Japón, 2020. Estreno en la Argentina: 4 de marzo de 2021.
Barcos pirata que surcan bravíos océanos de
arena. Pandilleros retrofuturistas escapados de la Cúpula del Trueno. Monstruos
gigantescos que hacen quedar a Godzilla y a King Kong como tiernos peluches de
los Ositos Cariñosos. Armas de tamaño desproporcionado y potencia ilimitada.
Una trama cosida con retazos de distintos géneros: bélico, ciencia-ficción,
terror, kaiju, fantasía heroica. Cuarenta años atrás, esta Monster Hunter: La
cacería comienza (Monster Hunter) podría haber funcionado como digno relleno de
los platos principales que servía la Métal Hurlant de Moebius, Jodorowsky,
Bilal, Montellier, Druillet y compañía.
Realmente pensaba esto mientras iba mirando la
adocenadísima adaptación del clásico videojuego de Capcom. Hasta que, claro, el
Gato apareció en escena. Y con el Gato todo terminó de derrapar; y lo poco que
funcionaba (poniéndole muchísima buena voluntad, es cierto) se fue,
literalmente, a la mierda. Y quebrado el débil pacto de credibilidad que había
firmado con la dupla Anderson-Jovovich, el film desnudó brutalmente su
inconsistencia, su desinterés, su gratuito trazo grueso, su pobreza conceptual
y anomia narrativa.
Hasta donde sé, porque nunca lo he jugado, la
única premisa de Monster Hunter (el juego) es matar al monstruo o ser muerto
por el monstruo. No hay mucho más en el material original y, obviamente, no hay
nada más en el film que la pandemia obligó a posponer su estreno en todo el
mundo. Juego del gato y el ratón entre salvajes megacriaturas y humanos
estereotipados fuera de cualquier límite tolerable, la película termina con
una promesa de continuidad que mete más miedo que el vacío metraje que
la antecede.
Fernando Ariel García
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