Mujer Maravilla 1984. Directora: Patty
Jenkins. Protagonistas: Gal Gadot (Diana Prince / Mujer Maravilla), Chris Pine
(Steve Trevor), Kristen Wiig (Barbara Minerva), Pedro Pascal (Maxwell Lord),
Robin Wright (Antiope), Connie Nielsen (reina Hyppolita) y Oliver Cotton
(Simon Stagg), entre otros. Participación
especial de (no vamos a spoilear nada) como Asteria. Guionistas: Patty Jenkins,
Geoff Johns y Dave Callaham, sobre una historia de Patty Jenkins y Geoff Johns,
basado en situaciones y personajes creados por William Moulton Marston, Harry
G. Peter, Gardner Fox, Ramona Fradon, Keith Giffen, J.M. de Matteis, Kevin
Maguire, George Perez y Len Wein, entre otros, para DC Comics. Productor
ejecutivo: Geoff Johns. Productores: Deborah Snyder, Zack Snyder, Patty
Jenkins, Gal Gadot. Warner Bros. / Atlas Entertainment / Stone Quarry. EE.UU., 2020. Estreno en la Argentina: 18 de marzo de 2021. Disponible en HBO Max (EE.UU.) desde el 25 de
diciembre de 2020.
Poco
más de un minuto. Eso es lo que dura la escena inserta entre los créditos
finales de Mujer Maravilla 1984 (Wonder Woman 1984 o WW84 a secas). Que esta secuencia sin injerencia
real en la trama del film, sea lo mejor que la película tiene para ofrecer,
habla a las claras de los problemas que presentan las dos horas y media que
pasaron antes. No es que la propuesta de Patty Jenkins y Gal Gadot carezca de interés,
todo lo contrario. Pero lo interesante de la propuesta aparece siempre desunido,
desconectado entre sí, chocando las construcciones dramáticas que deberían
continuar de manera natural y orgánica. Como si se tratara de tres obras
distintas, de tres narrativas diferentes, pegoteadas para justificar la
participación de los mismos personajes en cada una de ellas.
WW84
es un homenaje al cine norteamericano de los ’80. El de superhéroes, con las
citas a los Superman de Richard Donner y Christopher Reeve. El de aventuras, tirando
de los lazos arqueológicos que lo emparentan con el Indiana Jones de Spielberg.
Y la comedia romántica en general, aunque en particular podría hermanarse con
los toques fantásticos de En algún lugar del tiempo, también protagonizada por
Christopher Reeve. Sin embargo, tanta ascendencia estética y semejante
parafernalia discursiva no logra cuajar como identidad unívoca, que esta vez sí
busca referenciarse en la Mujer Maravilla de Lynda Carter.
Las
escenas de acción van por un lado y los momentos románticos por otro. De hecho,
los primeros están tan al palo (Themyscira, el shopping) y metidos con fórceps
(Egipto), que parecen existir sólo para compensar la hora larga que Diana
Prince y Steve Trevor necesitan para recomenzar una relación que la muerte
cercenó en la primera película, ambientada setenta años antes de estos años ‘80
recreados al milímetro, salvo en la música. No ayuda que tenga dos principios anabolizados
y un final anticlimático, que pretende asumirse como disruptivo de los cánones
del género pero termina cristalizando como un momento sentimentaloide bastante
berreta.
Y
ahí es cuando a uno, creo yo, le conviene agarrarse de los links que pueda
encontrar. Los Juegos Olímpicos de Themyscira, con las amazonas jugando al
pato. La maqueta de un Maxwell Lord más parecido a Donald Trump que al Maxwell
Lord que la Mujer Maravilla mató en los cómics. El corto metraje de Cheetah,
tan corto que en la película sólo la llaman por su nombre de pila, Barbara
Minerva. Pongámosle que sí al avión invisible. Los coqueteos con el Universo DC impreso, gracias a la presencia de
Simon Stagg, empresario responsable por la creación de Metamorpho; y el uso de
la Piedra de los Sueños que Neil Gaiman creó para Sandman. Y la historia de
Asteria, la amazona de armadura dorada con más pasado que futuro. Pero qué
pasado, por favor.
Fernando Ariel García
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