El
hombre más buscado. Director: Anton Corbijn. Protagonistas: Philip Seymour
Hoffman, Rachel McAdams, Grigoriy Dobrygin, Willem Dafoe, Robin Wright,
Homayoun Ershadi y Nina Hoss, entre otros. Guionista: Andrew Bovell, basado en
la novela homónima de John le Carre. Productores ejecutivos: John le Carre, entre
otros. FilmNation Entertainment / Film 4 / Senator Film. EE.UU., 2014.
Hamburgo.
Ciudad estado federado del norte de Alemania. La segunda urbe teutona más
poblada, después de Berlín; y el segundo puerto más grande (e importante) de
Europa. Sus calles y canales de escala renacentista están cruzados por más
puentes que Venecia y Ámsterdam juntas. Fue destruida en más de un 70 % por las
bombas aliadas durante la Segunda Guerra, quedando prácticamente cortada en dos
por la Cortina de Hierro de la Guerra Fría. Y como si todo esto no bastara para
hacer de su geografía el tablero ideal de una partida de TEG, Hamburgo fue el
lugar donde Mohammed Atta y sus hombres planearon los atentados del 11 de
septiembre de 2001, delante de las narices de todos los espías imaginables e
inimaginables.
Estos
datos, sobreimpresos en la pantalla antes de que comience a jugarse la partida
de ajedrez propuesta por el director Anton Corbijn, justifican el clima de
contenida paranoia antiterrorista e impiadosa atmósfera que transpira El hombre
más buscado (A Most Wanted Man, 2014), basada en el best-seller homónimo de
John le Carre, maestro del thriller psicológico contemporáneo con pretensiones de
tratamiento inteligente de la acción. ¿Qué quiero decir con esto? Que más allá
de lo acertado o desacertado de sus innumerables vueltas de tuerca, de lo
creíble o increíble que nos resulten las peripecias de sus protagonistas, la
trama acierta al abordar la acción como algo más enmarañado, inasible y
vertiginoso que el mero movimiento físico compulsivo. La tensión aquí no
aparecerá jalonada por ríos de testosterona desbocada, sino por los manejos
fríos, calculados y cínicos del mundo del contraespionaje. Sobre todo, en las
sutiles complejidades de las contradicciones inherentes a su administración
burocrática.
Notable
ejercicio narrativo en donde nada es lo que parece, la última película filmada
por el enorme Philip Seymour Hoffman se apoya en su obsesión compositiva para
potenciar el valor de lo no dicho, de lo no mostrado, llenando de vida aquellos
tiempos (aparentemente) muertos en donde las conciencias hacen su trabajo,
imaginando las fichas a jugar dentro de cuatro o cinco movidas. Sobre todo cuando
los peones son jihadistas islámicos y servicios de inteligencia con agendas oscuras
y desconocidas, cargan millones de euros y manejan el lado oculto de la
filantropía y el lavado de dinero con la impunidad que sólo da el poder
(notable el perfil del banquero compuesto por Willem Dafoe). Haciendo y deshaciendo
a su antojo, sabedores de que este mundo de obligados migrantes es el que mejor
se presta al juego del gato y el ratón.
En esta
Guerra contra el Terror, le oigo decir entrelíneas a Le Carre, no hay ni buenos
ni malos ni lugar para culpables o inocentes, porque estamos a merced de un
concepto tan ambiguo y peligroso como la moralidad de los procedimientos. A ese
hueso apunta la película con claridad escalofriante. A tener cuidado, cualquiera
de nosotros puede llegar a ser el próximo hombre más buscado.
Fernando Ariel García
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