Wonder Woman 1984. Guionistas: Anna Obropta y Louise Simonson, Steve
Pugh. Dibujantes: Bret Blevins, Marguerite Sauvage. Letrista: Travis Lanham.
Coloristas: Steve Buccellato, Marguerite Sauvage. Portadistas: Nicola Scott y
Annette Kwok (regular), Robin Eisenberg (variante). Editor: Michael McCallister.
32 páginas en color. DC Comics. EE.UU., noviembre de 2020.
Cuando
era pibe, bastante antes del streaming, los DVD’s y los VHS, las películas se
veían en el cine y se leían, después, adaptadas en historietas. En la
Argentina, las revistas de Editorial Columba (El Tony, Fantasía, D’artagnan e
Intervalo) transformaron esta propuesta en una marca indeleble de sus
publicaciones, algo parecido a lo que había hecho en los EE.UU. la Gold Key. Hoy,
con el acceso instantáneo al material fílmico en distintos soportes, la
industria norteamericana del cómic ha reemplazado las adaptaciones por las
precuelas, una forma “creativa” de capitalizar comercialmente la altísima
visibilidad que ofrecen los grandes tanques fílmicos.
En este museo se cruzan (sin cruzarse todavía) los caminos de la Mujer Maravilla,
Barbara Minerva y Maxwell Lord
Marvel
tiene super aceitado este mecanismo. Mucho más que DC, que sólo lo ha utilizado
en un par de ocasiones, como Man of Steel,
precuela oficial de El Hombre de Acero,
la película de Zack Snyder que dio origen al actual Universo Cinematográfico DC,
expandido ahora gracias al aporte de Wonder Woman 1984. Las dos aventuras que
componen este número son lo suficientemente laxas, como para referir sin spoilear
ni contradecir nada de lo que vaya a pasar en el cine. Dos anécdotas mínimas e
infantiloides, a caballo entre la acción física y el humor zonzo, que ni le
suman ni le restan a la licencia.
Por
estar incluidas en la cronología cinematográfica de la Wonder Woman de Gal Gadot,
los cómics mudaron las locaciones a los EE.UU., particularmente a Washington,
donde Diana Prince trabaja como guía en un museo. El mismo museo que exhibe
piezas de la colección personal de Maxwell Lord, el mismo museo al que entra a
trabajar la doctora Barbara Minerva (futura Cheetah). En la segunda historia, sin explicar cómo, cuándo y por qué ha vuelto de la muerte, Steve Trevor comparte hazañas con la superheroina, lo cual hace sospechar que esta pieza en particular transcurre en simultáneo con la peli y no antes. Y paremos de contar, porque
acá (aparentemente) se acaba todo lazo que una la revista con el film. El resto
podría funcionar como intrascendente relleno de cualquier revista de la Mujer
Maravilla.
Lo
más potable de este combo está en la portada variante de Robin Eisenberg,
ilustradora y diseñadora industrial de Los Angeles, militante del arte pop como
vehículo de concientización social sobre el género no binario, desde una mirada
que privilegia la introspección sexual. La suya es una heoína completamente
alejada del canon hegemónico de belleza que ha venido definiendo, desde el
origen, la forma física del personaje. Más que la Mujer Maravilla, una
maravilla de mujer.
Fernando Ariel García
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