jueves, 19 de diciembre de 2019

LA DOLCE VITA: EL ENCANTO DE LA DECADENCIA

La dolce vita. Director: Federico Fellini. Protagonistas: Marcello Mastroianni, Anita Ekberg, Anouk Aimée, Yvonne Furneaux, Alain Cuny, Nadia Gray, Annibale Ninchi, Magali Noël, Lex Barker, Jacques Sernas e Ida Galli, entre otros. Participación especial de Adriano Celentano. Guion: Federico Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano, Brunello Rondi y Pier Paolo Pasolini (no acreditado). Música: Nino Rota. Riama Film / Pathé Consortium Cinéma / Gray Films. Italia, 1960. Estreno en la Argentina de la versión remasterizada: 19 de diciembre de 2019. 

Tres minutos dentro de la Fontana di Trevi le bastaron a La dolce vita para meterse en la historia grande del cine internacional. Pero la verdad es que, aun sin esa escena icónica, las casi tres horas de esta obra maestra de Fellini tienen méritos y espaldas suficientes para ganarse y bancarse el sitial de privilegio que ocupa porque le corresponde.


Rompiendo la estructura tradicional de la narrativa cinematográfica, el film en donde Fellini inoculó grandes dosis de simbolismo al neorrealismo italiano, sigue tan moderno, irreverente, contestatario y vigente como en aquel lejano 1960 que le granjeó prohibiciones y sambenitos de blasfemia y pornografía, entre otros epítetos. Sobre todo por atreverse a mostrar (mejor que nadie antes) el auténtico encanto de la decadencia aristocrática como motor aspiracional de una clase trabajadora anclada en la individualidad más autodestructiva y la hipnótica valoración de un exhibicionismo hueco. 


Desde su privilegiado palco en la mítica Via Veneto de Roma, el escritor de crónicas sociales Marcello Rubino (un enorme Marcello Mastroianni, agigantado todavía más por el paso del tiempo) y su fotógrafo Paparazzo (nombre que en su plural italiano pasaría a definir una profesión, la del paparazzi), cubren física y emocionalmente los vaivenes existenciales de una clase que ejercía el pecado como libre expresión de un nuevo contrato moral. El aburrimiento de quien lo tiene todo resuelto, devenido entretenimiento costumbrista del permanente necesitado, alimentado por el poder re-presentativo de la prensa sensacionalista. Otra forma de anestesiar el dolor que latía en las aún vigentes carencias de posguerra, gracias al ansiolítico insensible que servía en bandejas de plata el accionar de la burguesía acomodada. Producto que vendía y compraba el Marcello atrapado en una relación tóxica, signada por el amor y el espanto. 


Al compás de los excesos y los desbordes, los sueños y las frustraciones, las verdades y las mentiras, las realidades y las simulaciones, el placer y el sexo, las búsquedas particulares y colectivas, La dolce vita sigue escarbando en la naturaleza del vacío desencantado de una generación en estado de construcción. Incapaz de oír al otro en medio del ruido ambiente, porque sólo le interesa hacerse escuchar. 
Fernando Ariel García

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