miércoles, 29 de enero de 2020

1917: EL CINE DE LA EXPERIENCIA VERSUS LA EXPERIENCIA DEL CINE

1917. Director: Sam Mendes. Protagonistas: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden y Claire Duburcq, entre otros. Participación especial de Colin Firth y Benedict Cumberbatch. Guion: Sam Mendes, Krysty Wilson-Cairns. DreamWorks Pictures / Reliance Entertainment / New Republic Pictures / Mogambo / Neal Street Productions / Amblin Partners. EE.UU. / Reino Unido, 2019. Estreno en la Argentina: 30 de enero de 2020. 

Estamos en el 6 de abril de 1917, al norte de Francia, en medio de un campamento británico estratégicamente ubicado en el Frente Oeste, principal teatro de operaciones de la Primera Guerra mundial. Falta poco más de un año para que los alemanes se rindan y firmen el armisticio, pero ese es un dato que no maneja ninguno de los protagonistas de 1917, razón por la cual los ánimos son los que son, las caras dibujan las expresiones que vemos; y las expectativas siguen siendo las mismas de ayer: Mantenerse con vida hasta mañana. 


Convengamos que la historia contada por Sam Mendes (Belleza americana, dos de las últimas Bond) es ínfima, no más de una anécdota en el mosaico de la Gran Guerra. Una especie de Rescatando al soldado Ryan en versión minimalista (por la cantidad de soldados involucrados) pero de alcance expansivo (por la naturaleza inmersiva de su narración). En 1917, de manera brutal, inmisericorde y decisiva, el cómo se cuenta se impone al qué se cuenta. Y la elección consciente del nosotros inclusivo termina por marcar la (gran) diferencia. 


Porque el verdadero protagonista de esta épica bélica, tan vital como móvil, es la cámara. La cámara que sigue a los dos soldados británicos por su trinchera, cruzando la tierra de nadie, avanzando a campo traviesa en territorio enemigo, adentrándose en el fantasmagórico laberinto arquitectónico de una ciudad comida por las bombas y el humo irrespirable. Filmada en tiempo real, construyendo la sensación de una toma única, con ese travelling subjetivo que serpentea desde el principio hasta el final, llevándonos de las narices por entre las ratas, el barro, la sangre, la mierda y el honor. 


Lo de Mendes es, técnicamente hablando, insuperable. Un logro fastuoso y bello, tan fácil de seguir que hasta parece que hubiera sido fácil de hacer y de resolver. El espectador es uno más en ese grupo de desesperados, hambrientos, enloquecidos por el deber de una misión suicida contra el reloj. Transpiramos, sufrimos, nos debatimos, corremos, matamos, huimos, tenemos miedo, flaqueamos y nos levantamos. Con ellos. Como ellos. Si hasta, por un momento, naturalizamos la patética deshumanización del enemigo.


Mendes logra lo que poco cine bélico ha logrado hasta ahora: Hacernos vivir la experiencia de estar en una guerra. Y en este enorme mérito anida el mayor pecado del film. Al estar tan compenetrado con lo que le pasa a uno durante el metraje, a uno ya no le importa qué le pasa a los dos soldados británicos. ¿Viven? ¿Mueren? Da lo mismo. Lo importante es que nosotros lleguemos a las placas de cierre esquivando metralla, explosiones y pestes, caminando sobre cadáveres y codeándonos con moribundos. Ansiando el momento en que podamos relajarnos, sentarnos bajo la copa de un árbol a pensar un futuro (si es que existe tal posibilidad), fumar un cigarrillo o deshacernos en lágrimas. 


Con 1917, Mendes acaba de firmar el manifiesto definitivo para el concepto dominante en el entretenimiento masivo de esta época: Privilegiar la “experiencia” a costa de exterminar la empatía. No es la opción correcta, al menos para mí. Entre el cine de la experiencia y la experiencia del cine, yo me quedo con lo segundo. 
Fernando Ariel García

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