Sin tiempo para morir. Director: Cary Joji
Fukunaga. Protagonistas: Daniel Craig (James Bond), Rami Malek (Lyutsifer Safin),
Léa Seydoux (Madeleine Swann), Lashana Lynch (Nomi), Ben Whishaw (Q), Naomie
Harris (Eve Moneypenny), Jeffrey Wright (Felix Leiter), Christoph Waltz (Ernst
Stavro Blofeld), Ralph Fiennes (Gareth Mallory / M), Lisa-Dorah Sonnet
(Mathilde), Billy Magnussen, Ana de Armas y David Dencik, entre otros. Guionistas:
Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga y Phoebe Waller-Bridge, basado en
personajes y situaciones creados por Ian Fleming. Música: Hans Zimmer. Canción
de apertura: No Time to Die, interpretada por Billie Eilish. Canción de cierre: We Have All the Time in the World, interpretada por Louis Armstrong. Metro-Goldwyn-Mayer
/ Eon Productions. Reino Unido / EE.UU., 2021. Estreno en la Argentina: 30 de septiembre
de 2021.
No importa lo que haya hecho Daniel Craig en
los últimos quince años. No importa que su James Bond haya abierto
definitivamente el camino a una nueva concepción del agente secreto más famoso
y más longevo de la historia de la cultura humana. Un hombre áspero y
vulnerable, vengativo y sentimental. Una máquina de matar con el corazón roto,
guiado por la férrea disciplina militar y movilizado por distintas venganzas
personales. Ante la conciencia del mundo, 007 seguirá siendo el emblema del
machismo heteronormativo afianzado al calor de la posguerra, el eterno seductor
que usa (y descarta) mujeres, armas y autos con la misma celeridad. Un
cosificador serial destinado a morir en las garras del actual conservadurismo
disfrazado de corrección política.
Por eso, aprovechando que esta Sin tiempo para
morir (No Time to Die) será la última aparición de Craig en la piel de Bond, la
licencia cinematográfica ha decidido cerrar el arco argumental
del ciclo Craig como no se había permitido hacerlo con Sean Connery, Roger Moore o Pierce
Brosnan. O sea, poniendo punto final al Bond modelo 1962, signado por el
hedonismo autorreferencial, un espíritu patriótico lindante con lo patriotero,
la canchereada sexista y la prepotencia geopolítica. Algo que ya había hecho con
Craig, dicho sea de paso, de manera narrativa antes que declamatoria.
Si algo caracteriza al Bond de Craig es su
opción por el periplo interno del personaje, habitado por un sinfín de
fantasmas que bañan su presente en las aguas del pasado. Un sino trágico que
fuimos decodificando con el paso de sus cinco películas y que, en Sin tiempo…,
se ocupa de descarnar lo que quedaba del icono para entregarnos la última
victoria del mito reconvertido en humano de carne y hueso. Viendo el final,
uno entiende por qué la película aguantó la pandemia sin caer en el streaming.
Ese último tramo merece la ceremonia de la pantalla grande tanto como la
despedida a Daniel Craig.
Un fin de ciclo que deja la franquicia abierta
de par en par para la reconversión futura que más satisfaga al mercado y menos
escandalice a los fans. Sobre todo, porque se ha encargado de cerrar (con
altura y pathos shakespereano) las puertas que moldearon y definieron la
identidad de una saga atravesada por los diferentes cambios epocales que le
tocó transitar. El próximo agente al servicio secreto de su majestad podrá ser
aquello que quiera ser. El lienzo (otra vez) está en blanco, esperando que
aparezcan los primeros trazos. Pero ojo, Sin tiempo… deja claro que hace falta
más que una licencia 007 para ser James Bond. Hace falta, principalmente, saber
vivir. Y dejar morir.
Fernando Ariel García
Tiene sentido que James Bond tenga algo de retrogrado, de machista, siendo un agente secreto con licencia para matar, con poco o ningún remordimiento. Difícil que sea humanitario, asertivo y con empatía.
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