Gundermann. Director: Andreas Dresen. Protagonistas: Alexander Scheer, Anna Unterberger, Axel Prahl, Thorsten Merten, Eva Weissenborn, Milan Peschel y Bjarne Mädel, entre otros. Guión: Laila Stieler. Pandora Film Produktion. Alemania, 2018. No estrenada comercialmente en la Argentina. Proyectada dentro del 19º Festival de Cine Alemán en Buenos Aires, con funciones en los cines Village Recoleta (13 y 15 de septiembre) y Village Caballito (12 y 15 de septiembre).
Acá no lo conoce nadie, pero Gerhard Rüdiger Gundermann (1955-1998) está considerado como el Bob Dylan de la Alemania Oriental, famoso por sus letras poéticas y combativas, promotoras de los ideales del comunismo y críticas con las acciones que llevaban adelante algunos hombres del Partido. Aquellos con capacidad de decisión en espacios de poder, alejados de las prácticas exigían a los trabajadores.
Como ejemplo de la militancia activa (al menos, tal como él la entendía), había renunciado a ciertos privilegios. Eligió no vivir exclusivamente de su arte, manteniendo su trabajo como operario de una mina de carbón, que también era su fuente de inspiración para retratar los sueños oxidados de ese proletariado taciturno del que formaba parte. Una romántica generación que todavía tenía colgados los posters del Che Guevara en sus habitaciones; y que musicalizaba su rutinaria felicidad de baja intensidad con Sólo le pido a Dios de León Gieco.
Antes que una biopic, además del retrato poco complaciente de un régimen, Gundermann es un sutil tratado sobre la naturaleza de la contradicción humana, ya que mientras se iba convirtiendo en referente ético de la clase trabajadora, el cantautor también colaboraba con la tan temida policía secreta del Estado, la Stasi, informando nimiedades que terminaban delatando a sus pares que podían estar pensando en escapar al otro lado del Muro.
Parece increíble, pero fue cierto. El héroe y el entregador del pueblo eran la misma persona.
No es ningún spoiler, ya que el hecho es conocido en Alemania y, como tal, la película lo expone de entrada porque, lo que en realidad parece interesar al director Andreas Dresen no es la culpa privada ni el escarnio colectivo, sino el abordaje de la memoria selectiva como herramienta de supervivencia individual.
También, muy a tono con esta época, la tensión Arte-Moral que estalla cuando la sociedad descubre las conductas aberrantes de alguno de sus artistas; y debe decidir dónde descarga el peso de su condena. ¿Es lo mismo la obra que el hombre?
Fernando Ariel García
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