miércoles, 27 de septiembre de 2023

EL HOMBRE DE LA ATLÁNTIDA: EL CONSEJO DE LUCILLE BALL, LA TÉCNICA DEL BUCEO BUDISTA Y EL INTENTO DE DERRETIR EL HIELO DE LOS POLOS CON DOS HORNOS DE MICROONDAS

Puede respirar bajo el agua y nadar más rápido que un delfín, pero no sabe quién es ni de dónde viene. Con su mezcla de ciencia, fantasía y ecología, se presentó en 1977 como una exitosa rara avis televisiva. Un año después, había dilapidado su capital con premisas infantiles y conceptos bizarros. Transformada en objeto de culto por fanáticos de todo el mundo, espera que su protagonista, Patrick Duffy, revele los secretos que sólo él conoce sobre El Hombre de la Atlántida.


Un hombre de malla amarilla. Aparentemente normal, pero superfuerte, capaz de respirar bajo el agua y nadar a gran velocidad. Tiene amnesia y todo parece confirmar que es el último sobreviviente de una raza mítica y primigenia. Mientras intenta confirmar su pasado, colaborará con un equipo oceanográfico de científicos que trabaja para el Gobierno de los EE.UU. Juntos, salvarán al mundo de invasiones alienígenas y colapsos ecológicos; enfrentarán sirenas hipnotizantes e hipocampos humanoides de dos cabezas; y viajarán en el tiempo para garantizarle un final feliz a Romeo y Julieta. Con cuatro telefilms y una temporada de 13 episodios, El Hombre de la Atlántida dio a conocer a Patrick Duffy y dejó huella en la ficción catódica de los últimos años ’70, antes de hundirse por el peso de la ciencia aplicada sobre una bizarría insalvable.


Frente al mar
Noche. Playa. Boca abajo, recostado sobre la arena, un hombre yace a merced de las olas que rompen tranquilamente sobre su espalda. Parece muerto. Y cada vez que empieza a caminar hacia el desconocido, Herbert Franklin Solow se despierta, algo agitado y bastante transpirado, en su habitación de New York. Según las palabras de quien llegaría a ser uno de los productores televisivos más importante de los EE.UU., este sueño recurrente lo persiguió hasta que dejó la Gran Manzana para asentarse en Los Ángeles. Arrancaba 1960 y había sido contratado por la cadena CBS como director general de su programación matutina. Un año después, llevaba adelante las mismas tareas para la NBC. Hasta que en 1964, Lucille Ball le pidió una entrevista.


Me dijo que yo era el hombre que necesitaba para salvar Desilu, su productora independiente, que estaba atravesando el peor momento creativo y financiero de la historia”, contó Solow. Es que después del divorcio de Desi Arnaz y Lucille Ball, el imperio televisivo montado sobre el éxito de Yo quiero a Lucy amenazaba con hundirse bajo las aguas. Solow hizo lo suyo; y lo hizo muy bien. Llevó las riendas de las tres series que reposicionaron a la compañía: Viaje a las estrellas (1966), Misión: Imposible (1966) y Mannix (1967). Agrandado, le propuso a Lucille Ball un programa de ciencia ficción con un hombre que aparecía desmayado en la playa, después de haber sido arrojado por el mar. No había registro de su persona en ninguna parte; y como tenía amnesia, debía averiguar quién era y de dónde venía. “Le pareció una buena idea a la que le faltaba una vuelta de tuerca -recordó Solow-. Me aconsejó que no la apure, que la espere”.


La revelación llegó a principios de 1975, con Solow ejerciendo la vicepresidencia del área televisiva de Metro-Goldwyn-Mayer. De vacaciones, frente al mar, leyendo los Diálogos de Platón, encontró el concepto que destrabó todo: La Atlántida. “Lo supe en ese instante -aseguró-. El hombre amnésico de la playa era el último sobreviviente de la Atlántida. Sólo tenía que encontrarle una buena historia”. Le encargó ese trabajo a Mayo Simon, guionista cinematográfico al que admiraba por su trabajo en el film Marooned (1969), hábil e inteligente fusión de preceptos fantásticos y conceptos científicos. Simon definió al protagonista como un humanoide con características de delfín, lo dotó de superfuerza y supervelocidad para nadar. Y puso al atlante bajo el cuidado de la Fundación para la Investigación Oceánica, organización que trabajaba para el Gobierno de los EE.UU. mientras jugaba a ser Jacques Cousteau.


Emocionado, Solow se juntó con sus viejos amigos de la NBC. Logró interesarlos en el proyecto. No tanto cómo le hubiera gustado, pero a falta de serie le pareció buen trato una tanda de cuatro películas para TV. Tanta fe le tenía a su sueño, que decidió fundar su propia compañía para producirlo: Solow Production Company. Ahora le faltaba encontrar a su hombre de la Atlántida.


Buceo budista
Arquitecto o cirujano veterinario. De chico, Patrick Duffy soñaba con abrazar esas profesiones. Nacido en 1949 en el pueblo de Townsend, condado de Montana, creció interesado en el deporte y la actividad física. Hasta que descubrió el teatro. Estudiando y trabajando para la Compañía Teatral de Washington conoció a su futura esposa, la bailarina Caryln Rosser, que le enseñó la importancia del movimiento fluido de los cuerpos por el espacio. Después de pasar por los escenarios del off-Broadway y perfeccionarse en el arte del mimo en Seattle, la pareja de recién casados decidió afincarse en Los Ángeles. Duffy obtuvo sus primeros roles en teatro, cine y, sobre todo, publicidad. Cuando su agente le consiguió un lugar en el casting para la nueva película de Solow Production Company, fue confiando que conseguiría un papel. No quedó.


Al borde del pánico, Solow seguía sin protagonista. Hasta que el director del casting le sugirió echar una segunda mirada a Duffy, que tenía el phisique du role que estaban buscando. “Lo que me convenció no fue su prestancia física, que era perfecta, sino dos datos que estaban perdidos en su CV: Un master en buceo y su práctica budista. Eran los ingredientes que estaba buscando para mostrar al personaje en acción, nadando bajo el mar”. Sumergido en el tanque, Duffy sacó provecho de las clases de mimo y las lecciones de su esposa. Nadó con los brazos a los costados, ondulando el cuerpo para avanzar. Solow respiró aliviado, ya podían empezar a filmar.


El Hombre de la Atlántida (Man from Atlantis) se estrenó en NBC la noche del 4 de marzo de 1977. Después de una violenta tormenta marina, aparece en la playa el cuerpo inerte de un joven. Alguien poco común, como descubrirá la doctora Elizabeth Merrill (interpretada por Belinda Montgomery), ya que tenía superfuerza, podía respirar bajo el agua, nadar más rápido que un delfín y soportar la extrema presión del fondo del océano. Sin saber quién era ni de dónde venía, el extraño fue bautizado como Mark Harris. “Se veía como un hombre común y corriente -declaró Duffy-, pero tenía diferencias muy importantes: Branquias en lugar de pulmones, manos y pies con una membrana especial entre los dedos; y ojos hipersensitivos a la luz. Claramente, venía de otro hábitat”. La Atlántida, según la especulación sostenida por Merill y el resto de los referentes de la Fundación para la Investigación Oceánica: el director C.W. Crawford Jr. (Alan Fudge) y los tripulantes del avanzadísimo submarino Cetáceo.


En el debut, Mark Harris encontró a quien sería su archienemigo definitivo (y único): el Sr. Schubert, a cargo de Victor Buono, actor todoterreno al que suele recordarse como el Rey Tut del Batman de Adam West. Megalómano algo naif, Schubert quería destruir el mundo de la superficie con armas atómicas, para implantar su submarina utopía totalitaria. “Un loco grande con alma de niño -lo definió Buono-. Entre tropelía y tropelía, se entretenía tocando en su cello los cuartetos de Schubert. Ese humor sardónico e infantil es una de las cosas que más me gustó del programa”. Sobre el final, buscando adaptarse a su nueva situación, el hombre de la Atlántida decidió quedarse en tierra firme, ofreciendo su ayuda a la Dra. Merrill mientras intentaba descubrir su verdadero origen.


La primera película entró en el top ten del encendido del día. La segunda y la tercera, The Death Scouts y Killer Spores, se clavaron en el quinto lugar entre los elegidos del 7 y el 17 de mayo, gracias al interés que despertó la aparición en la trama de vida alienígena inteligente, con cierta ínfula invasora y la necesidad de probar si el Hombre de la Atlántida era (o no) un extraterrestre infiltrado en el Gobierno más poderoso del planeta. El 20 de junio, The Disappearences, último telefilm pautado, trepó al primer puesto del rating, dejando la mesa servida para una nueva ronda. En base a los números obtenidos, NBC dio luz verde a la serie semanal de Mark Harris. Contento como nunca antes, Solow no se dio cuenta de que estaba a punto de encallar.


A pique
Encerrado en su productora, Solow enfrentó su mayor desafío: Llevar a buen puerto los trece episodios pautados para la primera temporada, contando con el mismo presupuesto que había ocupado para hacer cuatro películas. Algo difícil de lograr, sobre todo con un producto técnicamente complejo y económicamente honeroso, por la cantidad de tomas que debían realizarse bajo agua, en los tanques y piletas del estudio; y también en los exteriores de California. Sin dinero para grandilocuentes efectos especiales, las historias se empezaron a llenar con trajes de goma que simulaban ser criaturas míticas, hipocampos humanoides de dos cabezas, sirenas de canto hipnótico, duendes traviesos y medusas gigantes, mucho más tiernos que peligrosos.


Semana tras semana, el mundo se vio amenazado por los planes estrambóticos y payasescos del Sr. Schubert, alienígenas malintencionados, robots soporíferos, sustancias químicas varias y la intentona de derretir el hielo de los polos con un par de hornos de microondas. Según Duffy, “los guiones confundieron lo bizarro con lo tonto. Hicimos dos capítulos con viajes al pasado. Uno al lejano oeste, donde encontraba a mi doble humano. Y otro a la Verona de Shakespeare, para darle un final feliz al romance de Romeo y Julieta”. Desde el día de su estreno, el 22 de septiembre de 1977, El Hombre de la Atlántida no dejó de caer en las mediciones. El primero en abandonar el barco fue el propio Duffy, que apuró sus jornadas de rodaje para ponerse el traje del joven Bobby Ewing en el megabombazo de Dallas. Le siguió Belinda Montgomery, que renegoció su contrato para salirse de la serie antes del naufragio. Su reemplazo, Lisa Blake Richards, sólo interpretó a la Dra. Jenny Reynolds en un episodio, antes de darse a la fuga. El último capítulo, emitido el 6 de junio de 1978, no tuvo protagonistas femeninos ni secuencias subacuáticas. Como la mítica Atlántida, el programa se había hundido hasta descansar en el fondo de la programación.


Las repeticiones terminaron dándole una nueva oportunidad, pasando a engrosar la lista de clásicos de culto semisuperheroicos de la década. Con buena aceptación del público, el programa conquistó la Argentina, Brasil, Portugal, Alemania, Francia, España, Italia, Reino Unido, Israel y Noruega. Tuvo muy buen rendimiento en Turquía, Sudáfrica y Kuwait, e hizo saltar la banca en la República Popular China, siendo la primera serie estadounidense en llegar al mercado oriental, en 1980. A pesar de que lo tentaron para que vuelva a calzarse la malla amarilla, Duffy nunca volvió a bañarse en esas aguas audiovisuales. Sólo regresó al personaje en 2016, al firmar la novela Man from Atlantis, revelando por vez primera el pasado que la TV siempre dejó en las sombras. “Tuve la idea de este libro cuando filmamos el capítulo piloto -explicó-. Como no aparecía mencionado por ningún lado, inventé en mi mente de dónde venía, quiénes eran su madre y su padre; cuál fue su único y verdadero amor. Me lo inventé todo. Sé qué está haciendo ahora, en dónde está viviendo y cuál es el camino que lo llevará a su casa. Podría escribir una trilogía”. No pudo ser. La novela estuvo lejos de ser un best-seller y todavía se la puede encontrar en las mesas de saldo de los EE.UU. Hasta hoy, al menos, Duffy es el único humano que conoce la verdadera historia del Hombre de la Atlántida. Y no parece estar interesado en contarla.

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