Shalom Taiwán. Director: Walter Tejblum. Protagonistas: Fabián Rosenthal, Mercedes Funes, Carlos Portaluppi, Santiago Korovsky, Sebastián Hsun, Alan Sabbagh, Paula Grinszpan. Participación especial de BetianaBlum y elenco estadounidense y taiwanés. Guión: Sergio Dubcovsky, Santiago Korovsky, Walter Tejblum. Aleph Media / Tejblum Media. Argentina, 2019. Estreno en la Argentina: 29 de agosto de 2019.
No soy un experto en el tema, pero siempre creí (y sigo creyendo) que el humor judío es, como el humor a secas, la expresión inteligente de una mirada filosófica sobre la vida. El ejercicio crítico de reírse de uno mismo para, desde ese lugar, entender (y empezar a desterrar) el efecto del imperio de los prejuicios sobre nuestros congéneres. Desde los hermanos Marx a los Tres Chiflados, de Mel Brooks a Woody Allen o de Norman Erlich a Roberto Moldavsky, el sentido crítico aplicado a la ironía produjo siempre un efecto parecido al de la catarsis liberadora del peso de los símbolos (cotidianos, históricos y míticos) que definen a una comunidad en un tiempo y un lugar específicos.
Si no me equivoco, la palabra hebrea “Shalom” (en una de sus acepciones) significa “paz”. La paz externa entre dos partes distintas (países, personas, culturas) y la paz interna de uno con uno mismo. Algo (bastante, tal vez mucho) de eso hay en Shalom Taiwán, el film de Walter Tejblum que expone los padecimientos del rabino Aarón (Fabián Rosenthal) para conseguir las donaciones que necesita si pretende salvar su templo religioso de los apremios financieros en los que se ha metido sin que lo llamen. El obcecado periplo, que pondrá en riesgo su vida marital y su relación con los fieles, lo llevará a Nueva York y a Taiwán, donde tendrá la posibilidad de entender (y empezar a elegir) entre lo urgente y lo importante.
A mi modo de ver, Shalom Taiwán tiene dos problemas principales. Uno: Por momentos, la película se vuelve un obvio infomercial turístico financiado por la isla controlada y administrada por China. Y dos: El tono de comedia costumbrista elegido para narrar la odisea del rabino en pleno choque de culturas, despierta la complicidad y empatía del espectador pero no mueve a la risa ni a la sonrisa. Elementos que se me hacen infaltables (e infalibles) en el humor judío y el humor a secas.
Fernando Ariel García
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