Pompeii. La furia del volcán. Director: Paul W.S. Anderson. Protagonistas: Kit Harington, Emily Browning, Carrie-Anne Moss, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Jared Harris y Kiefer Sutherland, entre otros. Guionistas: Janet Scott Batchler, Lee Batchler, Julian Fellowes, Michael Robert Johnson. Constantin Film Produktion / Don Carmony Productions / Impact Pictures. EE.UU., 2014.
En el principio fue el humo. Una negra columna que se elevó desde la boca del Vesubio, igual a las otras tantas que la habían antecedido a lo largo de los años. La primera muestra de que algo distinto estaba pasando llegó en forma de masa fangosa, hecha de cenizas, lava y agua, que se fue metiendo de golpe y a borbotones imparables por debajo de las puertas, a través de las ventanas. Cuando la población de Pompeya quiso huir, ya era demasiado tarde. A la inundación se le sumó una delgada lluvia de cenizas, prólogo a la caída del pedregullo volcánico y de enormes piedras pómez que el volcán escupía con furia sobre las casas, los campos y las gentes indefensas. La ciudad fue tomada por vapores de azufre que incendiaron bocas y narices desesperadas por respirar. Si algo y alguien habían quedado con vida, fueron presa fácil del fuego y el magma, que extendió su piadoso manto ardiente sobre todo.
Por razones más que obvias, la erupción que destruyó Pompeya es el núcleo central de Pompeii. La furia del volcán (Pompeii, 2014), filme de Paul W.S. Anderson que tiene en el apartado visual su máxima (si no única) razón de ser. Y justifica, con creces, su visión en pantalla grande y con lentes 3D. Mastodóntica en sus proporciones, apabullante desde el impacto que genera, mantiene y redobla con astucia e inteligencia efectista, la película sabe dosificar la secuencia de piruetas necesaria para mantener en alto el nivel de sorpresa óptica que busca y encuentra. Pero resignando el sustento dramático que hace del cine algo más que un espectáculo meramente visual.
Pensada para reventar la taquilla, Pompeii se apoya en los rubros técnicos y un mediático reparto protagónico que lleve gente al cine y cumpla con los mínimos requisitos actorales necesarios para retenerlos en las butacas, siendo Kit Harington (Game of Thrones), Emily Browning (Sucker Punch), Carrie-Anne Moss (Matrix) y Kiefer Sutherland (24), los rostros más visibles y reconocidos por los fanáticos al cine de género y la series de TV post-HBO, público principal al que parece apuntar la producción. El problema más grande que presenta Pompeii es el guión. Desde el primero al último fotograma de estos largos 102 minutos, hasta el espectador más inexperto sabrá de antemano qué va a pasar en la pantalla. Y sin un desarrollo original (o, al menos, interesante) que la sostenga, una historia de la que (a priori) todos conocen el final, comete el peor pecado narrativo: Caer en la obviedad y el desinterés por el destino de este puñado de personajes carente de empatía.
Como en el Titanic de James Cameron, que parece haber sido el modelo a seguir y copiar, Anderson acumula y amontona todos los clichés imaginables, vistos hasta el hartazgo con anterioridad en películas románticas, de acción, de ambientación histórica y /o catastróficas. De Los puentes de Madison a Terminator, pasando por la saga de Arma mortal y deteniéndose, específica y puntualmente, en Gladiador y las series televisivas Game of Thrones y Spartacus, el celuloide va siendo tomado por tópicos gastados y prefabricados golpes de efecto. Para el final, si algo o alguien tuvo de original esta Pompeii, ya había sido presa fácil de la apatía, que vino para extender su piadoso manto ardiente sobre todo.
Fernando Ariel García
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