martes, 5 de noviembre de 2013

THE SANDMAN: OVERTURE: SHAKESPEARE AND COMPANY

The Sandman: Overture Nº 1 (de 6). Guión: Neil Gaiman. Arte: J.H. Williams III. Color: Dave Stewart. Portadas: J.H. Williams III (regular y alternativa), Dave McKean (regular), Jim Lee (alternativa). Editores: Karen Berger y Shelly Bond. 36 páginas a todo color. DC Comics/Vertigo. ISSN: 7-61941-31030-5. EE.UU., diciembre de 2013.

Antes que escritor, el británico Neil Gaiman debe haber querido ser librero. No puedo asegurarlo porque no lo sé; no lo leí en ninguna de las entrevistas que le han hecho ni se me ocurrió preguntarselo cuando lo tuve delante, hace ya más de diez años. Además, la idea se me presentó, con fuerza, recién ayer, justo después de leer la primera entrega de la miniserie The Sandman: Overture, durante un intermedio en mi placentero transito a través de Librerías, ese luminoso ensayo de Jorge Carrión sobre la historia y el rol social asumido por las librerías a lo largo de la Historia y a lo ancho de las geografías.


Como casi toda la obra de Gaiman (y su The Sandman en particular), este inicio de la saga publicada para celebrar los 25 años de la primera aparición del Amo de los Sueños, es un viaje metareferencial hacia el universo de la cultura y el pensamiento, una historia sobre historias, sobre el eco yuxtapuesto de los relatos, sobre la reverberación emocional de las capas civilizatorias intelectuales y la reverberación intelectual de las capas emocionales formativas de la civilización, tal como la conocemos y la desconocemos. Una épica widescreen de opresiva y refulgente belleza, enclavada entre la realidad y la vigilia, entre la Tierra y el Sueño, en el momento exacto en que el tiempo se descompone (y recompone) en coordenadas espaciales. Una instancia que encuentra en la imaginería gráfica de J.H. Williams III su perfecta, natural y orgánica contraparte visual.


Del horror victoriano, The Sandman: Overture mantiene la elevada sofisticación del arte de meter miedo físico, mientras va inoculando el pavor que sólo puede generarse en la psiquis más profunda de cualquier primate avanzado. De lo fantástico, preserva la capacidad para generar asombro desde la recurrencia de lo conocido, haciéndonos ver por vez primera aquello que hemos invisibilizado bajo el imperio de la reiteración. Y de lo mítico, continúa con la explotación del vértigo existencial, la imposibilidad de asir lo finito de lo eterno y lo eterno de aquello que nació con fecha de vencimiento.


La necesaria excusa narrativa de esta aceitada maquinaria introspectiva viene dada por el condicionante (irreversible) de la evolución. La manifestación física del orden natural en el instante preciso de su reorganización, en base a las máximas condiciones de improbabilidad que imponga y tolere el mismo sistema de creencias. El poder de la fragmentación, la transformación de la materia, la esperanza de la continuidad inmanente de la vida como precio a pagar por el pecado de la mortalidad, el estudio (aparente) sobre la naturaleza del sueño, la responsabilidad y las consecuencias. Todos temas recurrentes de la saga, articulados aquí en forma de precuela al camino desandado desde aquel inolvidable The Sandman Nº 1, de enero de 1989. La detonación de las situaciones que llevarán al personaje central a pasar los próximos setenta años de su ciclo vital en una prisión poco convencional. El acumulativo camino de ¿errores? que los lectores veteranos ya le hemos visto desandar en la colección original. El curso trágico de los acontecimientos que sacudirá el distante orgullo de los Eternos, esa familia de absolutos, de ideas encarnadas en deseos, por encima de los hombres y de los dioses que creamos para justificar cualquier vana esperanza de trascendencia.


Como casi toda la obra de Gaiman (y su The Sandman en particular), el peso decisivo de Overture no pasa por los hechos narrados de manera explícita y/o implícita, sino que recae en la musicalidad de los textos, el ritmo de los fraseos, la cadencia de la prosa, el tono de la voz que nos guía por el cuento. La voz autoral, que no es otra que la del propio Gaiman. El estilo, si intentamos definir con una palabra ese hecho literario tan poco frecuente en el noveno arte, que es la consecución de una poética prosa gráfica tan compleja como personal e intransferible. A esta altura, en que aprendo a leer The Sandman como lo que me parece que es, un núcleo creativo en el que conviven las tradiciones culturales occidentales y orientales, hibridadas y manteniendo sus particulares cualidades bien definidas, empiezo a entender que me encuentro frente a un gabinete de lectura en donde, casi exclusiva y excluyentemente, se trafica información.


De ahí que Gaiman se me haga librero antes que autor. Porque lo veo inscripto (¿conscientemente?) en la tradición de los libreros independientes de la primera mitad del siglo XX, crecidos bajo la impronta de la paradigmática Sylvia Beach y su legendaria Shakespeare and Company. Ordenador del caos bajo la forma de algún tipo de canon, generado siempre por la influencia gravitatoria de su perspectiva referencial. Autor, editor y crítico al mismo tiempo. Pero, sobre todas las cosas, hacedor de lugares (físicos y simbólicos) de resistencia permanente. Íntimos refugios del imaginario colectivo, pensados para aquellos viajeros que todavía tienen hambre de imaginación.
Fernando Ariel García

 
Dave McKean


J.H. Williams III

Jim Lee 

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