Qué buena historieta era (es) Sol de noche. La recordaba así, por arriba, como uno de los grandes complementos de Superhumor. Pero leída ahora, toda de corrido gracias al libro de La Duendes, la obra de Guillermo Saccomanno y Patricia Breccia es otra cosa, se me hace ota cosa. Mucho más grande, mucho más íntima, mucho más bella, atractiva e irresistible. A veces la memoria hace estragos, y reconoce parámetros que minimizan, desvalorizan, invisibilizan aquello que debería estar en primer plano. En mi caso, este Sol de noche que explica, justifica, por qué Superhumor representó lo que representó para toda una generación. Y por qué Humor (antes) y Fierro (después) fueron lo que fueron.
Sol de noche tuvo dos etapas. La primera, la fundamental, la de la Superhumor de 1981, en plena dictadura, cuando la vuelta democrática era más deseo y lucha que futuro cercano. Ese par de páginas, ese refugio, ese código compartido a medias voces, iluminaba con su luz y daba algo (mucho) del calor humano tan necesitado en esos años. No en vano, solemos definir como sol de noche a aquel farol que se utiliza para romper las sombras en campamentos y edificios. La segunda etapa, el efímero rescate para la Fierro de 1988, mantuvo la delicada deconstrucción del estereotipo femenino que se había armado con ahinco de siglos y una gran dosis de crueldad e ignorancia machista. Aquí, en el libro, están las dos, pero si me lo permiten, prefiero convivir con la primera.
Antes y después (siempre), Sol de noche hizo de la poesía metafísica una sucesión encadenada de sentimientos que supieron escaparle al sentimentalismo barato. Apelando al onirismo, al ejercicio inteligente de la sensibilidad que permite ver (y descifrar y entender, en la medida de lo posible) al mundo; rascando el tufillo intelectualoide hasta llegar a la esencia misma de las cosas, de las gentes. Los complejos de una sociedad acomplejada. El costado femenino de la existencia humana, que nos permite transitar tanto el amor imposible como la imposibilidad del amor.
El sol de noche del título es la Sol que vive con su gato, Barbieri; y sale de noche a caminar por la calle Corrientes, un mundo marginal, mágico, misterioso, nostálgico y algo rebelde; una dimensión de bares, librerías y fauna urbana que también constituía una forma de acometer lo prohibido, lo peligroso, de desafiar el accionar del miedo. Un espacio ansioso, poblado por desencuentros, contradicciones, depresiones que confrontan al insondable misterio de la naturaleza humana. Abierto a un erotismo real, posible, probable y comprobable. Un erotismo hecho de sábanas y habitaciones fugaces, de pasión, de desamparo, de trsiteza, de ternura y melancolía. De muchas dudas y algunas certezas.
Sol de noche respira aires literarios y psicoanalíticos. Y transpira mucho clima de época, de esos opresivos años ’80 inmediatamente anteriores al desenfreno que uno asocia con la apertura democrática. Se palpa la necesidad de terminar con lo que estaba pasando, con ese presente dictatorial de persecuciones, desaparecidos, madres que buscaban (buscan) a sus hijos desaparecidos, desempleo, hambre, pobreza, miseria y burguesía kafkiana que ahogaba al ser. De allí, supongo, esa espiritualidad desesperanzada, ese descarnado estado de crisis emocional permanente, la búsqueda de una identidad a través de la psicología, del sexo, del rock, de las drogas, del travestismo, del exilio interior, del arte, de la literatura, de la introspección mística, de la psicodelia. Esa interpelación permanente en favor de la creación de un nuevo modelo de lector y, mucho más importante, de un nuevo modelo de ciudadano.
Qué buena historieta era (es) Sol de noche. Un canto a la Libertad.
Fernando Ariel García
Excelente rescate de La Duendes y excelente nota de García.
ResponderEliminarMuchas gracias, Guillermo
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