Chifladuras de Carlitos Balá
Nº 1. Autores: No acreditados. Director Artístico: Jorge Toro. Director /
Editor: Carlitos Balá. Editorial Carlitos Balá. Argentina, septiembre de 1972.
El mundo era otro mundo. Se jugaba en las
calles y no en los departamentos. Las redes sociales no existían, internet ni
siquiera se soñaba. El cine se veía en el cine, la televisión en la televisión (y
en blanco y negro). La radio se escuchaba en la radio, los discos en el
tocadiscos. El teléfono sólo servía para hablar por teléfono, si es que tenías
un teléfono en casa. Todo el mundo leía mucho, muchísimo; y pararse frente a un
kiosco de revistas era como sentarse hoy frente al menú de Netflix. Yo estaba a
un mes de cumplir siete años; y mientras mi abuela conversaba con Don Enrique,
el kiosquero de la cuadra, mi hermano elegía una Dr. Tetrik (creo) y yo, más
rápido que un bombero, me tiraba de cabeza arriba del primer número de
Chifladuras de Carlitos Balá, la revista de historietas en el clásico formato
apaisado que acababa de ganar la calle.
Balá era uno de los dioses fundacionales del
multiverso infantil que nutría nuestros días. Regía la mesa familiar con su
mantra de humor blanco, al ladito de otros monstruos como Piluso, los Titanes
en el Ring, Hijitus, los Tres Chiflados, el Zorro de Guy Williams y el Batman
de Adam West, por nombrar algunos. Amaba al Balá de los sketchs televisivos, el
de Petronilo, el de Angueto, el de Mamá cuando nos vamos…; y me divertía
muchísimo el más cercano al clown. Nunca toleré al cantor, es cierto, pero debo
reconocer que su música me ponía en clímax, en el inevitable modo Carlitos que
se necesitaba para dejar que su universo creativo empezara a moldear el mío. Lo
sentía como una religión, un credo compartido que hermanaba fieles sin cambiar
de andén, demostrando que el movimiento se demuestra andando. Sólo hacía falta
un gestito de idea.
Chifladuras… era una muestra más del marketing
que Carlitos explotaba como nadie, cuando la palabra marketing no existía en
nuestro idioma. La estructura era similar a la de las películas que Balá había
filmado antes de que yo lo descubriera en la tele, principalmente la trilogía
de Canuto Cañete, cuando el cine todavía no utilizaba la trilogía como unidad
de medida para sus sagas. Aventura en tono de humor, comedia de enredos con
toques de acción. Bajo los parámetros que ordenaba el barrio de clase
trabajadora, en busca de un momento de esparcimiento y sana diversión para adultos
y lactántricos por igual.
Perdonando la sarcastrica, en la historieta
Carlitos tiene una familia que lo acompaña: la abuela Doña Remedios, sus
sobrinos Pin y Pon y el perro Tolón; y el vecino Don Matienzo, que siempre está
con un mate en la mano y una pava en la otra. Juntos son un kilo y dos pancitos;
y le hacen (y le harán) frente a todo. En este número, una especie de culto con
algo de mafia o una especie de mafia con algo de culto que, idiotas pero
limpitos, quieren robar la fórmula de un combustible capaz de propulsar los
cohetes a la Luna. En el mientras tanto, las páginas se van llenando de
sumbudrules y eeaaaaaapepés!!, y preguntan (un par de veces) ¿qué gusto tiene
la sal? De complemento, una historia corta en la que Petronilo se pasa y pega
la vuelta, gana el Prode y termina en los estudios de Canal 13. Un par de aventuras
predecibles y estandarizadas, de esas que hoy no se hacen ni se leen, pero que
en los ’70 se hacían y se leían. De a centenares y por millones.
Un tipo de humor que se dejó de hacer hace demasiado
tiempo, principalmente porque aquel mundo que lo cobijaba y elegía ya no es
este mundo en el que habitamos. Un mundo de flequillos locos y balabasadas que
ayer se bajó del 39 para dejarnos, de verdad, sin frazada para dormir. Se murió
Carlitos Balá, uno de los hombres que le puso sonrisas a mi cara de pibe, en la
mesa familiar de una casona de la calle Anchorena, que ya no existe más. No me
aflijo, porque es malo para la tristecica. Pero me siento un poco más solo.
Fernando Ariel García