The X-Files. Directores: Chris Carter, James Wong. Protagonistas: David Duchovny (Fox Mulder), Gillian Anderson (Dana Scully), Mitch Pileggi (Walter Skinner), William B. Davis (el Fumador), entre otros. Guionistas: Chris Carter, James Wong. Lunes a las 23:00 horas, por Fox (Argentina). 20th Century Fox Television /Ten Thirteen Productions. EE.UU., 2016.
La primera vez que vi The X-Files fue por televisión abierta. Telefe la promocionaba como Código X aunque el audio en castellano decía, clarito, Los archivos secretos X. O al revés, la verdad es que ya no me acuerdo bien el orden de esos factores. Sí tengo bien fresco en mi memoria el resultado de esa visualización azarosa, con pocas expectativas puestas de mi parte. Primero, la sorpresa. Segundo, la incomodidad. Por confirmar que Fabio Zerpa tenía razón. Por sentir que esa paranoia podía llegar a tener sustento racional. Algo parecido al miedo, en suma. Esa tarde-noche, lo de Chris Carter me pareció una aproximación inteligente, medida, creíble, a esa zona gris del vacío existencial que reconocemos como angustia.
Ayer volví a encontrarme con The X-Files. En el cable, por la pantalla de Fox, con título en inglés y subtitulada. Buena prueba de cómo han cambiado los consumos televisivos en los 23 años que separan estos dos primeros episodios (el de la serie original y el de la nueva miniserie). Y el resultado de esta otra visión azarosa, con algunas expectativas puestas de mi parte, me aburrió. Demasiado. No hubo sorpresa. No hubo incomodidad. La noche de anoche, lo de Chris Carter me pareció una aproximación pueril, desmedida, poco creíble, a los tópicos que hicieron de esta serie un mito catódico contemporáneo.
Catorce años después del último episodio de la serie original (las pelis no cuentan y, mucho menos, la segunda), la química entre Mulder y Scully está intacta, la vuelta de tuerca sobre la invasión alienígena es un buen punto de partida, pero el anclaje identitario que viene dado por la paranoia es tan grande, tan abarcador, tan abrumador en su escala megalomaníaca, que necesita de un monólogo largo, desbocado y dicho a las apuradas, para que algún efecto emotivo o intelectual pueda surgir de semejante amontonamiento de lugares comunes, ya transitados y explotados por la TV conspirativa durante el larguísimo periodo sabático tomado por The X-Files.
Fueron sólo dos capítulos de seis, es cierto. Y si Wikipedia no miente, la trama conspirativa que arrancó ayer se continúa (y cierra) recién en el último episodio. El relleno del sanguchito puede ser eso, relleno; o el inicio de una espiral argumentativa que nos deje a todos culo para arriba. No me parece. De todos los pergaminos que The X-Files tiene para revalidar (si es que tiene que revalidar alguno), el combo iniciático sólo corroboró la validez y vigencia del lema que insertó a la serie en la cultura global: No confíes en nadie.
Ni siquiera en Chris Carter.
Fernando Ariel García