No sé si están al tanto, pero en el 20º Festival Internacional de la Historieta de Amadora (FIBDA), que se llevará a cabo entre el 23 de octubre y el 8 de noviembre próximos en Portugal, una de las principales muestras estará dedicada a la vida y obra de Héctor Germán Oesterheld, el más importante guionista de historietas de la Argentina.
La exposición, titulada Héctor Germán Oesterheld: El Hombre como unidad de medida, fue producida especialmente para Amadora por Mariano Chinelli, la Fundación Franco Fossati y La Bañadera del Cómic, razón por la cuál estoy a punto de subir al avión que me llevará a la FIBDA, previa escala por las calles de Madrid.
Así que si no encuentran demasiadas actualizaciones a este blog por un par de semanas, ya saben cuál es la razón
Por lo pronto, para estar al tanto de lo ocurrido en la expo, pueden visitar el blog que, ex profeso, armó Mariano Chinelli: http://hgobdamadora2009.blogspot.com/.
Y los dejo con el artículo que escribí para la Exposición de Amadora del año pasado, centrado en la concepción humanista con que HGO encaró cada una de sus obras en el género de la ciencia-ficción que, no casualmente, se titula El Hombre como unidad de medida.
Hasta la vuelta
Fernando Ariel García
La exposición, titulada Héctor Germán Oesterheld: El Hombre como unidad de medida, fue producida especialmente para Amadora por Mariano Chinelli, la Fundación Franco Fossati y La Bañadera del Cómic, razón por la cuál estoy a punto de subir al avión que me llevará a la FIBDA, previa escala por las calles de Madrid.
Así que si no encuentran demasiadas actualizaciones a este blog por un par de semanas, ya saben cuál es la razón
Por lo pronto, para estar al tanto de lo ocurrido en la expo, pueden visitar el blog que, ex profeso, armó Mariano Chinelli: http://hgobdamadora2009.blogspot.com/.
Y los dejo con el artículo que escribí para la Exposición de Amadora del año pasado, centrado en la concepción humanista con que HGO encaró cada una de sus obras en el género de la ciencia-ficción que, no casualmente, se titula El Hombre como unidad de medida.
Hasta la vuelta
Fernando Ariel García
Ilustración de Sergio Castro para el blog de Mariano Chinelli
La ciencia-ficción en la obra de Héctor Germán Oesterheld
El Hombre como unidad de medida
Por Fernando Ariel García
Hablar de ciencia-ficción en la obra de Héctor Germán Oesterheld es hablar de dos miradas sobre el mismo fenómeno, de dos formas de encarar los componentes básicos de un género que, desde la década del ’50 en adelante, venía actuando como medio catártico para los miedos atómicos que asolaban a la humanidad. Ya fuera como literatura o como historieta (y en los traspasos varios que el mismo HGO hizo de su material, del cuento al cómic y del cómic a la novela), la SF oesterheldiana se manifestó como ficción científica y como ciencia-ficción, entendiendo a la primera como la narración de aventuras fuertemente asentadas en el conocimiento científico-técnico-tecnológico; y a la segunda como la exploración del espacio exterior y las formas de vida fuera de los confines conocidos de nuestra galaxia. Por supuesto, los adelantos terrestres y los contactos con nuevas civilizaciones funcionaban, en Oesterheld, como ejercicios introspectivos sobre la verdadera naturaleza de lo humano. Como los grandes escritores de ciencia-ficción, HGO entendía y comunicaba que lo ajeno era, principalmente, lo propio visto desde otras perspectivas.
En este sentido, como casi todo en HGO, la ciencia-ficción representaba un marco conceptual para desarrollar una visión humanista y humanitaria de los conflictos globales en pugna. A nivel internacional, con la carrera espacial entre los EE.UU. y la URSS como progresión geopolítica de la Guerra Fría; y localmente, con los cambios que impuso el peronismo en la escala societaria de la Argentina, con sus consecuentes revoluciones y contrarrevoluciones que terminarían eclosionando en el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Esto quiere decir que la ciencia-ficción, más que un fin en sí mismo, fue elaborada por HGO como un medio. Un medio de comunicación, obviamente, donde lo más importante era el mensaje, un mensaje transversal a toda su obra, estuviera ambientada en una gran metrópolis urbana, en una olvidada zona rural o en las lunas de Plutón; en el lejano pasado, en los años recientes de la Segunda Guerra Mundial, en el presente cotidiano y/o en el futuro post-apocalíptico.
Oesterheld terminó con la visión unilateral de la historia y con los valores unilaterales que las historietas de género ponían en juego como si se tratara de verdades reveladas e inalterables. El acuerdo tácito que se firmó entre HGO y sus lectores estipulaba que el mundo de ficción se regía por las mismas reglas que el mundo que quedaba fuera de las viñetas. Nada se daba por sentado y nadie era absolutamente bueno o malo. Y así como lo ajeno era igual a lo propio, el otro pasó a ser uno mismo. Este cambio de dinámica le brindó a HGO la posibilidad de escarbar la más humana de las situaciones: La contradicción. “Ser o no ser”, se había preguntado Hamlet en la universal Dinamarca pintada por Shakespeare. Y desde el cono sur del mundo, a siglos de distancia, HGO se animó a mostrar esos momentos en que el Hombre debía tomar esa trascendental decisión de darle sentido a su vida/muerte, o traicionar la razón última de su existencia. Así como somos enteramente libres para decidir cada uno de nuestros actos, parece decir Oesterheld, también somos esclavos de las consecuencias que nuestros actos provocan. Y antes que como individuos, deberíamos pensarnos y asumirnos como comunidad.
Este reacomodamiento de los valores morales difuminaba los límites establecidos, favoreciendo así la relativización de las cosas y, en lo formal, la hibridación de los géneros. No es que Oesterheld desconfiara de la pureza de los cánones, sino que sabía encontrar los valores narrativos de la fusión y hacer que el resultado fuera más interesante que la mera sumatoria de las partes. Lo logró sobremanera con Bull Rockett y Sherlock Time, donde la ficción científica y la ciencia-ficción, respectivamente, cohabitaron armoniosamente con el policial y el terror, por poner dos ejemplos. Es que Oesterheld, sobre todas las cosas, concebía a la Aventura como gran aglutinador y formador de sentido. Más que un género per se, la Aventura pasó a ser concebida como una situación orgánica fundacional, el esqueleto articulador capaz de sostener las tramas más variadas.
Tal vez, lo más novedoso de Oesterheld no hayan sido las historias contadas, el qué; sino las formas escogidas para hacerlo, el cómo. Mort Cinder, una verdadera obra maestra del noveno arte, dibujada por Alberto Breccia y publicada entre 1962 y 1964 en las páginas de Misterix, lo ejemplifica claramente. Su premisa es la de un inmortal, pero a la inversa. No se trata de un hombre que no puede morir, sino de alguien condenado a renacer eternamente. Su experiencia empírica con la muerte le brinda una cosmovisión diferente de la humanidad, de lo finito de su existencia y de las posibilidades infinitas de trascendencia que ello conlleva. Los diferentes episodios pasean a Mort Cinder por las calles de Londres, la Torre de Babel, los cargueros piratas, la Primera Guerra Mundial y hasta la famosa Batalla de las Termópilas. Mort Cinder es ciencia-ficción, pero también es relato histórico, bélico y de terror gótico. O mejor aún, es todo eso al mismo tiempo. La clave oesterheldiana está en no perder nunca de vista el foco humano de los personajes, en la capacidad de dejar testimonio para explicitar que las cosas nunca pasan porque sí, sino que lo hacen por algo y por alguien. La previa instalación de disparadores fácil y rápidamente reconocibles (antigüedades en el caso de Mort Cinder), permite también establecer la justa comparación entre las fuerzas en juego, lo conocido y lo desconocido.
Con estos parámetros, la fusión más lograda de HGO se verificó entre la ciencia-ficción y el costumbrismo. Intelectual comprometido con su tiempo, Oesterheld se opuso a cualquier tipo de imposición forzosa. De allí que encontrara en la invasión extraterrestre la metáfora perfecta para escenificar el sangriento autoritarismo propio de las dictaduras. El Eternauta es, por complejidad y trascendencia, la obra cumbre no ya de HGO, sino de la historieta argentina toda. Dibujada por Francisco Solano López entre 1957 y 1959 para la revista Hora Cero semanal, la lucidez, profundidad y vigencia de sus planteos éticos y estéticos, terminó por convertirla en un desgarrador ejercicio profético de los años más negros de la historia argentina, aquellos de la dictadura militar que devastaron al país entre 1976 y 1983. Como si de Julio Verne se tratara, HGO y Solano López dejaron testimonio impreso de los tiempos por venir, de las prácticas mecánicas que institucionalizaría la muerte en la sociedad: El secuestro, tortura, asesinato y desaparición de los ciudadanos opositores al régimen, la creación de zonas liberadas y campos de concentración; y el dominio de la población a través del ejercicio unidireccional del terror.
En esta lucha, además de las palabras, Oesterheld puso el cuerpo. Se implicó personalmente en la Juventud Peronista primero; y en la organización guerrillera Montoneros después, fundiendo vida y obra en un discurso que apabulla por su coherencia entre el decir y el hacer. Volvió sobre El Eternauta, para radicalizar el mensaje antiimperialista de su contenido (en la versión dibujada por Alberto Breccia para el semanario Gente, en 1969); y para una segunda parte donde la Aventura quedó supeditada exclusivamente a la causa militante. El Eternauta II, dibujada por Solano López para la edición argentina de Skorpio entre 1976 y 1977, es el fresco más emotivo que el cómic local dedicó a la lucha armada de los ’70, seguramente porque le tocó atravesar la masacre perpetrada desde el poder sobre el propio HGO y su familia; y el exilio forzado de Solano López para salvaguardar la integridad física de su hijo.
El Hombre como unidad de medida
Por Fernando Ariel García
Hablar de ciencia-ficción en la obra de Héctor Germán Oesterheld es hablar de dos miradas sobre el mismo fenómeno, de dos formas de encarar los componentes básicos de un género que, desde la década del ’50 en adelante, venía actuando como medio catártico para los miedos atómicos que asolaban a la humanidad. Ya fuera como literatura o como historieta (y en los traspasos varios que el mismo HGO hizo de su material, del cuento al cómic y del cómic a la novela), la SF oesterheldiana se manifestó como ficción científica y como ciencia-ficción, entendiendo a la primera como la narración de aventuras fuertemente asentadas en el conocimiento científico-técnico-tecnológico; y a la segunda como la exploración del espacio exterior y las formas de vida fuera de los confines conocidos de nuestra galaxia. Por supuesto, los adelantos terrestres y los contactos con nuevas civilizaciones funcionaban, en Oesterheld, como ejercicios introspectivos sobre la verdadera naturaleza de lo humano. Como los grandes escritores de ciencia-ficción, HGO entendía y comunicaba que lo ajeno era, principalmente, lo propio visto desde otras perspectivas.
En este sentido, como casi todo en HGO, la ciencia-ficción representaba un marco conceptual para desarrollar una visión humanista y humanitaria de los conflictos globales en pugna. A nivel internacional, con la carrera espacial entre los EE.UU. y la URSS como progresión geopolítica de la Guerra Fría; y localmente, con los cambios que impuso el peronismo en la escala societaria de la Argentina, con sus consecuentes revoluciones y contrarrevoluciones que terminarían eclosionando en el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Esto quiere decir que la ciencia-ficción, más que un fin en sí mismo, fue elaborada por HGO como un medio. Un medio de comunicación, obviamente, donde lo más importante era el mensaje, un mensaje transversal a toda su obra, estuviera ambientada en una gran metrópolis urbana, en una olvidada zona rural o en las lunas de Plutón; en el lejano pasado, en los años recientes de la Segunda Guerra Mundial, en el presente cotidiano y/o en el futuro post-apocalíptico.
Oesterheld terminó con la visión unilateral de la historia y con los valores unilaterales que las historietas de género ponían en juego como si se tratara de verdades reveladas e inalterables. El acuerdo tácito que se firmó entre HGO y sus lectores estipulaba que el mundo de ficción se regía por las mismas reglas que el mundo que quedaba fuera de las viñetas. Nada se daba por sentado y nadie era absolutamente bueno o malo. Y así como lo ajeno era igual a lo propio, el otro pasó a ser uno mismo. Este cambio de dinámica le brindó a HGO la posibilidad de escarbar la más humana de las situaciones: La contradicción. “Ser o no ser”, se había preguntado Hamlet en la universal Dinamarca pintada por Shakespeare. Y desde el cono sur del mundo, a siglos de distancia, HGO se animó a mostrar esos momentos en que el Hombre debía tomar esa trascendental decisión de darle sentido a su vida/muerte, o traicionar la razón última de su existencia. Así como somos enteramente libres para decidir cada uno de nuestros actos, parece decir Oesterheld, también somos esclavos de las consecuencias que nuestros actos provocan. Y antes que como individuos, deberíamos pensarnos y asumirnos como comunidad.
Este reacomodamiento de los valores morales difuminaba los límites establecidos, favoreciendo así la relativización de las cosas y, en lo formal, la hibridación de los géneros. No es que Oesterheld desconfiara de la pureza de los cánones, sino que sabía encontrar los valores narrativos de la fusión y hacer que el resultado fuera más interesante que la mera sumatoria de las partes. Lo logró sobremanera con Bull Rockett y Sherlock Time, donde la ficción científica y la ciencia-ficción, respectivamente, cohabitaron armoniosamente con el policial y el terror, por poner dos ejemplos. Es que Oesterheld, sobre todas las cosas, concebía a la Aventura como gran aglutinador y formador de sentido. Más que un género per se, la Aventura pasó a ser concebida como una situación orgánica fundacional, el esqueleto articulador capaz de sostener las tramas más variadas.
Tal vez, lo más novedoso de Oesterheld no hayan sido las historias contadas, el qué; sino las formas escogidas para hacerlo, el cómo. Mort Cinder, una verdadera obra maestra del noveno arte, dibujada por Alberto Breccia y publicada entre 1962 y 1964 en las páginas de Misterix, lo ejemplifica claramente. Su premisa es la de un inmortal, pero a la inversa. No se trata de un hombre que no puede morir, sino de alguien condenado a renacer eternamente. Su experiencia empírica con la muerte le brinda una cosmovisión diferente de la humanidad, de lo finito de su existencia y de las posibilidades infinitas de trascendencia que ello conlleva. Los diferentes episodios pasean a Mort Cinder por las calles de Londres, la Torre de Babel, los cargueros piratas, la Primera Guerra Mundial y hasta la famosa Batalla de las Termópilas. Mort Cinder es ciencia-ficción, pero también es relato histórico, bélico y de terror gótico. O mejor aún, es todo eso al mismo tiempo. La clave oesterheldiana está en no perder nunca de vista el foco humano de los personajes, en la capacidad de dejar testimonio para explicitar que las cosas nunca pasan porque sí, sino que lo hacen por algo y por alguien. La previa instalación de disparadores fácil y rápidamente reconocibles (antigüedades en el caso de Mort Cinder), permite también establecer la justa comparación entre las fuerzas en juego, lo conocido y lo desconocido.
Con estos parámetros, la fusión más lograda de HGO se verificó entre la ciencia-ficción y el costumbrismo. Intelectual comprometido con su tiempo, Oesterheld se opuso a cualquier tipo de imposición forzosa. De allí que encontrara en la invasión extraterrestre la metáfora perfecta para escenificar el sangriento autoritarismo propio de las dictaduras. El Eternauta es, por complejidad y trascendencia, la obra cumbre no ya de HGO, sino de la historieta argentina toda. Dibujada por Francisco Solano López entre 1957 y 1959 para la revista Hora Cero semanal, la lucidez, profundidad y vigencia de sus planteos éticos y estéticos, terminó por convertirla en un desgarrador ejercicio profético de los años más negros de la historia argentina, aquellos de la dictadura militar que devastaron al país entre 1976 y 1983. Como si de Julio Verne se tratara, HGO y Solano López dejaron testimonio impreso de los tiempos por venir, de las prácticas mecánicas que institucionalizaría la muerte en la sociedad: El secuestro, tortura, asesinato y desaparición de los ciudadanos opositores al régimen, la creación de zonas liberadas y campos de concentración; y el dominio de la población a través del ejercicio unidireccional del terror.
En esta lucha, además de las palabras, Oesterheld puso el cuerpo. Se implicó personalmente en la Juventud Peronista primero; y en la organización guerrillera Montoneros después, fundiendo vida y obra en un discurso que apabulla por su coherencia entre el decir y el hacer. Volvió sobre El Eternauta, para radicalizar el mensaje antiimperialista de su contenido (en la versión dibujada por Alberto Breccia para el semanario Gente, en 1969); y para una segunda parte donde la Aventura quedó supeditada exclusivamente a la causa militante. El Eternauta II, dibujada por Solano López para la edición argentina de Skorpio entre 1976 y 1977, es el fresco más emotivo que el cómic local dedicó a la lucha armada de los ’70, seguramente porque le tocó atravesar la masacre perpetrada desde el poder sobre el propio HGO y su familia; y el exilio forzado de Solano López para salvaguardar la integridad física de su hijo.
La obra de Oesterheld no sólo fue prolífica en el descubrimiento de nuevos mundos y distantes civilizaciones, sino que prestó especial atención a la cabal comprensión de otras culturas. Sobre todo porque entendía que, para cambiar al mundo, primero hay que conocerlo. Porque todos los mundos caben dentro de nuestro mundo; y porque no hay nada más alienígena para el Hombre que el desconocimiento de sus semejantes. Por eso, al hablar de la ciencia-ficción en HGO uno siempre termina hablando del Hombre, de su capacidad potencial para mejorar con el paso del tiempo. Oesterheld comprendió, tal vez como ningún otro guionista de historietas de la época, que la ciencia-ficción es mucho más que la simple idealización del futuro, es el espejo en donde mirar nuestro presente. Y que el hombre, siempre, SIEMPRE, debería ser la unidad de medida de todas las cosas.